Esteban Ibarra

Movimiento contra la Intolerancia, por los Derechos Humanos

«Las únicas salidas que hay de la violencia son el hospital, la cárcel o la muerte»

El cofundador del Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, participan en Jerez en unas jornadas pedagógicas contra el odio y explica las claves de la intolerancia en el 25 aniversario del asesinato de Lucrecia Pérez por racismo, xenofobia y aporofobia. 

El 13 de noviembre de 1992, un Guardia Civil nazi que había salido en cuadrilla «a dar una lección a los negros», disparó y asesinó a Lucrecia Pérez en Aravaca (Madrid). Un delito de odio por racismo, xenofobia y aporofobia (rechazo al pobre) que removió conciencias. «Movimiento contra la Intolerancia se crea a raíz del impacto que nos produce ese crimen», comparte Esteban Ibarra, 25 años después de que él y otras tres personas más decidieran crear dicha ONG. Natural de Madrid y criado en Lavapiés, Ibarra dedica toda una vida a la lucha por los derechos humanos. Relata que en un principio estudió Ingeniería de Minas, una carrera que se truncó cuando en 1974 uno de los conserjes lo delató tras pintar en un baño de la escuela: «Pinochet asesino, Salvador Allende vive».

«Fue suficiente como para decirme que yo no acabaría la carrera», ríe ahora, por lo que no tuvo más remedio que iniciar otros estudios y se tituló en Económicas. No obstante, dice que comenzó a trabajar en la comunicación, ya que estuvo durante un tiempo como coordinador de Radios Libres y Comunitarias. «Me eduqué en la comunicación radiofónica y en aquella época se iniciaron unas campañas contra el racismo, la xenofobia, la intolerancia…». Sin embargo, cuenta que, igual que hace falta una chispa para que el odio desemboque en un delito de odio, el asesinato de Lucrecia Pérez fue la catarsis que le llevó a cofundar Movimiento contra la Intolerancia. En la actualidad, Ibarra es director de programas de educación y asistencia a víctimas de la intolerancia, el odio y la discriminación a nivel nacional e internacional y está especializado en la atención a las víctimas por crímenes de odio. En este contexto, Esteban Ibarra visita Jerez para participar como ponente en unas jornadas pedagógicas organizadas para promover el diálogo frente a la violencia.

¿Cómo se inicia en el activismo?

Esto es progresivo. La propia dictadura casi nos empujaba a tomar conciencia, era un momento en el que si estaban tres personas en la calle, paraba un coche de Policía y te pedía el DNI, por si eso podía ser una reunión ilegal. Un momento en el que podías ir a la cárcel por cuatro panfletos. En las manifestaciones estudiantiles nos disparaban. Yo he recibido disparos en manifestaciones contra la dictadura. ¿Cómo te conciencias? Porque lo que tienes enfrente es absolutamente inadmisible. Quiebra de libertad, de derechos fundamentales y en aquella época no teníamos cultura de derechos humanos, eso lo vamos adquiriendo progresivamente, por ejemplo, en la Transición. Y hemos ido tomando conciencia a partir de la propia vivencia y luego del horror. En mi trabajo he atendido a muchas víctimas mortales y víctimas de grandes palizas, con lesiones a veces irreparables, que ves que dejan marcada de por vida a una persona. Luego he visto cómo ha afectado a las familias, cómo a un niño lo han matado simplemente por el hecho de ser negro, cómo ha afectado a la madre que ha tenido intentos de suicidio… En el momento en que tienes un poco de empatía, eso lo interiorizas.

«Lo mismo que hay libertad, justicia, solidaridad e igualdad, que se respete, se acepte y se aprecie la diversidad humana»

¿Qué fue lo primero que reivindicó la ONG que cofundó?

Su propio nombre lo indica.

La intolerancia, ¿pero sobre qué foco?

Global. La intolerancia es la negación, el rechazo a lo diferente. Entonces lo diferente puede ser, o por el color de piel, o porque una persona lleva gafas. ¿Qué es el bien jurídico, qué está protegiendo? El valor de las personas. La dignidad. Yo en eso reconozco que tuve una gran maestra, que fue Violeta Friedman, superviviente de Auschwitz. La gente que estaba allí eran lo que los nazis decían vidas sin valor. Y la respuesta de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que «todas las vidas tienen valor», no porque tengas un color de piel o una disfunción física, una limitación, la que sea, tienes menos valor que otras personas. Eso tiene nombre y se llama dignidad. Entonces, el Movimiento contra la Intolerancia defiende el valor de las personas, sus libertades y sus derechos. Lo mismo que hay libertad, justicia, solidaridad e igualdad, que se respete, se acepte y se aprecie la diversidad humana.

¿Cuál es su primer logro dentro de la organización?

Poner todos estos temas en la agenda institucional. Antes no se hablaba de esto. Cuando nacemos esto estaba adjudicado a los jóvenes. Un problema de violencia juvenil. Tribus urbanas…

«El odio es una consecuencia, no es el origen. La actitud es que yo niego al diferente y luego se concreta en odio, discriminación, violencia…»

Tampoco se estudiaban las causas.

No. Y por lo cual, si tú no reconoces el problema es como una enfermedad. Yo voy a un médico y le digo, mire usted, tengo estos síntomas, esta situación, y el médico te dice, tómese usted una aspirina y no te está mirando si tienes un tumor… Entonces lo que yo creo que hemos hecho ha sido sacarlo a la luz. Y todo esto, al final, tiene una matriz generadora. El odio es una consecuencia, no es el origen. La actitud es que yo niego al diferente y luego se concreta en odio, discriminación, violencia… Poner todo eso en la agenda, para mí ha sido lo más importante, luego ya han venido muchas cosas, como la Ley contra el Racismo y la Violencia en el Deporte.

En ese sentido, el lenguaje en los temas de delito de odio es clave.

Hay gente que me dice que soy muy pesado con el lenguaje, pero es la clave. Es un instrumento de mediación entre la realidad y lo que quieres comunicar. Hay que emplear el término concreto. Una cosa es la discriminación y otra el delito de odio. En nuestra terminología y en nuestra legislación tenemos mucho lenguaje que no es muy riguroso con este tipo de temas. Y no digamos ya a la hora de categorizar este tipo de problemas que antes ni siquiera se reconocían. Se utilizaba un lenguaje que estaba banalizando los problemas. Un ejemplo: llamar nazi a todo. Decir, hay un holocausto en la Patagonia… No, mire usted, que el holocausto fue lo que fue, no trivialice el tema.

25 años de la creación de la ONG, ¿qué odios han proliferado desde entonces? 

Fundamentalmente la xenofobia. Lo que más y con diferencia. En el mal uso del lenguaje se le llama racismo a todo. Hay un mensaje interesante. Una cosa es un ismo, y otra cosa es una fobia. Los ismos implican un nivel de doctrina. La gente tiene prejuicios, xenófobos y tal, no está adoctrinada, mientras que las fobias puede ser a muchas cosas, es un concepto recogido de la psicología social. Lo que más hay es prejuicio, rechazo al diferente, que es xenofobia. Y hay xenofobia al extranjero, pero luego hay cada vez más islamofobia, y luego tenemos la judeofobia, la homofobia…

Y ahora la popular catalanofobia.

Mucha catalanofobia, pero también mucha hispanofobia. Crecen las dos cosas. Por eso, nosotros trabajamos desde tres perspectivas. Primero, para que no crezca la intolerancia; que no haya victimismo identitario, es decir, que mi identidad no se proyecte al mundo como victimismo; y tres, que no se normalice nunca la violencia. Intolerancia, normalización de la violencia y victimismo identitario son las bases de los sistemas totalitarios, empezando por el nazismo y terminando por el camboyano.

«Intolerancia, normalización de la violencia y victimismo identitario son las bases de los sistemas totalitarios»

¿Quién es el responsable del odio? 

Cada persona. El odio es un sentimiento. Y no hay que confundir delito de odio o discurso de odio con el sentimiento. El delito de odio no es un delito de sentimiento. Es una infracción penal. Puede haber odio entre el vecino del cuarto y el del quinto y no por eso es un delito de odio. Odiar quiere decir tener un sentimiento que llega hasta el final, hasta incluso el exterminio de una persona o de una situación.

Pero la persona no nace con odio, el odio se hace. De ahí mi pregunta, ¿quién es el responsable de promulgar ese odio?

Hay propagandistas, claro, pero una persona debe tener conciencia de asumir ese odio o no. Es decir, al final la responsabilidad final es de la persona que interioriza ese tipo de comportamientos.

Pero entonces, ¿cuáles son las causas de la intolerancia?

Se habla de prejuicios, de conocimiento defectuoso, de doctrina, ignorancia… Pero yo añadiría otro problema importantísimo en estos momentos: la anomia moral. Y esto es un elemento también de contexto. La anomia moral implica una quiebra ética, por eso no podemos aceptar situaciones donde hay el todos contra todos y el vale todo. Lo del fin justifica los medios. Todo eso hay que combatirlo ética y cívicamente. La anomia moral, el adoctrinamiento, son elementos que construyen una actitud, que es la actitud de la intolerancia. Y luego desde esa actitud proyectamos conductas. ¿Todos los que tienen actitud de intolerancia proyectan conductas? No. Se necesita a veces una catálisis, el elemento catalizador. Es como el H2O, tú tienes dos moléculas de hidrógeno y una de oxigeno y no se produce agua. Necesitas el chispazo. ¿Y quién te hace pasar de la actitud a la conducta? Un chispazo que a veces es una situación inesperada o una organización que te empuja a la comisión de un delito.

«La anomia moral implica una quiebra ética, por eso no podemos aceptar situaciones donde hay el todos contra todos»

¿Qué herramientas se suelen utilizar para fomentar el odio?

La simbología es muy importante. La música tiene un poder de penetración mental tremendo. Pero sobre todo, todo aquello que conlleva la victimización de tu propia identidad. Es clave. Están haciendo esto, luego entonces yo tengo que contestar. Y, además, como son muy malos, malísimos, tengo que acabar con ellos. Ahí está el odio.

Acude a las aulas desde hace ya 25 años para dar talleres a niños de 14, 15 y 16 años. ¿Por qué no a estudiantes de menor edad?

Porque no tenemos capacidad humana. A mí sí que me gustaría formar a profesores y a gente en educar para la tolerancia. Yo estoy en el mandato de la Unesco. En 1995 ellos aprobaron la declaración de principios de la tolerancia y hay un apartado donde dice que es clave educar para la tolerancia. También lo dice la Declaración Universal de Derechos Humanos en su artículo 26. Y también la Carta de Naciones Unidas, aprobada después de la Segunda Guerra Mundial, donde dice en su preámbulo que hay que promover la paz frente al belicismo y la tolerancia frente a la intolerancia que representaba el nazismo.

¿Cómo reaccionan los niños frente a su discurso?

Normalmente se quedan sorprendidos. Yo distingo entre el primer discurso y el segundo. Al principio me dicen: “Bueno ¿y tú qué quieres tío? ¿Que si yo tengo a alguien que me va a pegar le ponga la otra mejilla?”. Es como un reduccionismo elemental porque con la tolerancia va la no violencia. Entonces claro, tú tienes que decirle que lo que es fundamental es utilizar al Estado, las instituciones…, y por eso hay que espabilar a las instituciones para que protejan a las víctimas. Pero luego ya en el segundo discurso es cuando yo pongo los ejemplos, las vivencias; cuando cuentas que chicos y chicas, iguales a ellos, han llegado incluso a perder la vida por una mala interpretación de cómo reaccionar en cada momento, pues entonces, se quedan muy impresionados.

Se ven como víctimas.

Claro, ven que les puede pasar a ellos. Nosotros les decimos una cosa que es muy dura —a los chavales ya más mayores— cuando vemos que defienden la violencia: La violencia no es el camino. Las únicas salidas de la violencia son el hospital, la cárcel o la muerte. Así, vamos predicando por todos lados el rechazo a la violencia.

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