Hoy más que nunca, en defensa de la Tolerancia
Vivimos tiempos difíciles para la defensa de la dignidad de las personas y la universalidad de los derechos humanos como nos muestran los crímenes de odio en todo el planeta, las guerras y el fanatismo, las pulsiones política y sociales en sucesivas respuestas electorales alimentadas por intereses de dominio y en general, por la intensificación actual de actos de intolerancia, violencia, terrorismo, xenofobia, nacionalismo agresivo, racismo, antisemitismo, islamofobia, misoginia y sexismo, LGTBIfobia exclusión, marginación y discriminación perpetrados contra minorías sociales, étnicas, nacionales, religiosas y lingüísticas, contra los refugiados e inmigrantes, así como por los actos de violencia e intimidación contra personas que ejercen su derecho de libre opinión y expresión, grupos vulnerables o personas en riesgo, y todo se reduce a una síntesis: la Intolerancia amenaza al Mundo
Frente a esta realidad hay quien opina que la Tolerancia, defendida desde tradiciones humanistas siglos antes de su notoriedad ilustrada, debe ser enterrada o lo que es lo mismo hay instituir el “todos contra todos” y el “vale tudo” hasta la “solución final” cuyo resultado no puede ser otro, sostenemos quienes no pierden el sentido común, más que la “destrucción mutua asegurada”. Malos tiempos para la lírica y para la Tolerancia que aunque difícil de practicar y mas desde concepciones patriarcales y machistas, es algo más que retórica, es una exigencia práctica, ética y jurídico-política frente a quienes están empeñados en la mundialización del odio para asegurar su dominio. Hace tiempo que lo afirmó Naciones Unidas, la UNESCO y en especial la Declaración Universal de Derechos Humanos que en su artº26 reclama educar en la Tolerancia y en el mundo actual, es más esencial que nunca. Nuestra época de globalización de la economía y aceleración de la movilidad, de comunicaciones instantáneas y de interdependencia, de grandes flujos migratorios y desplazamiento de poblaciones, de urbanización y la transformación social acelerada, esta caracterizada por su diversidad, por la intensificación de la intolerancia y de los conflictos, con grandes amenazas potenciales en todas las regiones.
Sin embargo persisten confusiones lingüísticas y eslóganes que no ayudan confundiendo este valor con permisividad de lo inaceptable o degradando su carga proactiva al sustituirla por un simple respeto necesario. Es bastante más, mucho más. Como estableció la Declaración de Principios de la Unesco (1995), “la Tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y maneras distintas de manifestar nuestra condición humana”. Posibilita la unidad desde la diversidad, fundamentada en personas libres de igual dignidad y derechos pues busca la armonía en la diferencia y no sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. Supone el rechazo del dogmatismo, el fanatismo y del absolutismo y significa que toda persona es libre de adherirse a sus propias convicciones y acepta que los demás se adhieran a las suyas. Significa aceptar el hecho de que los seres humanos, naturalmente caracterizados por la diversidad de su aspecto, su situación, su forma de expresarse, su comportamiento y sus valores, tienen derecho a vivir en paz y a ser como son.
Y no hay que equivocarse, como dice la Declaración, porque “Tolerancia no es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia y practicarla no significa tolerar la injusticia social, ni renunciar a las convicciones personales o atemperarlas y en ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de los derechos humanos”. Sin Tolerancia es imposible la convivencia democrática, ni existe posibilidad de concordia y la libertad, la igualdad, la justicia y la solidaridad, pasan a ser quimera, como bien se sabía tras el genocidio nazi y las guerras mundiales cuando se asigno a la Carta de Naciones Unidad el deber de promover la Tolerancia y la Paz. Que falso ha sido el comportamiento de los poderes instituidos. Sin embargo los farsantes no pueden evitar la fortaleza de este valor porque la Tolerancia es la responsabilidad que sustenta los derechos humanos, el pluralismo y afirma las normas establecidas por los instrumentos internacionales relativos a la democracia y a las libertades y derechos fundamentales. Es una actitud activa de reconocimiento a los demás, es la virtud que hace posible la paz, que contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz y han de practicarla los individuos, los grupos y los Estados.
¡¡Aquí es donde reside el problema!! Corresponde esencialmente a los Estados desarrollar y fomentar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos, sin distinciones por raza, género, lengua, origen nacional, religión o discapacidad, así como en el combate contra la intolerancia. Y no lo hacen. Los Estados deben de estar comprometidos con la justicia, luchar y erradicar los crímenes de odio y garantizar la igualdad de trato y oportunidades a todos los grupos e individuos de la sociedad, y evitar la discriminación, la exclusión y la marginación y la intolerancia religiosa, así como situaciones de rechazo diverso que a su vez conduce a la frustración, la hostilidad y el fanatismo, reconociendo que todas los personas y los grupos tienen derecho a ser diferentes y tienen igual dignidad y de derechos. Sin embargo también corresponde a todas las personas la responsabilidad, como indica la Declaración, de fomentar que “la tolerancia y la inculcación de actitudes de apertura, escucha recíproca y solidaridad han de tener lugar en las escuelas y las universidades, mediante la educación extraescolar y en el hogar y en el lugar de trabajo. Los medios de comunicación pueden desempeñar una función constructiva, facilitando un diálogo y un debate libre y abierto, difundiendo los valores de la tolerancia y poniendo de relieve el peligro que representa la indiferencia al ascenso de grupos e ideologías intolerantes”.
Decía Jacques Delors que la educación encierra un tesoro a lo que debemos añadir que la educación para la tolerancia provee la esperanza de contrarrestar las influencias que conducen al temor y la exclusión de los demás y de ayudarnos a desarrollar un juicio independiente, pensamiento crítico y razonamiento ético. La educación es el medio más eficaz de prevenir la intolerancia, afirma la Declaración de Principios aprobada por la Unesco, incidiendo que la primera etapa de esta educación “consiste en enseñar a las personas los derechos y libertades que comparten, para que puedan ser respetados y en fomentar además la voluntad de proteger los de los demás” y que la educación para la tolerancia ha de tener por objetivo “contrarrestar las influencias que conducen al temor y la exclusión de los demás, y ha de ayudar a los jóvenes a desarrollar sus capacidades de juicio independiente, pensamiento crítico y razonamiento ético”.
Los gobiernos no cumplen lo firmado aunque es un imperativo urgente y por eso resulta necesario reivindicar “métodos sistemáticos y racionales de enseñanza de la tolerancia que aborden los motivos culturales, sociales, económicos, políticos y religiosos de la intolerancia, es decir, las raíces principales de la violencia y la exclusión. Las políticas y los programas educativos deben contribuir al desarrollo del entendimiento, la solidaridad y la tolerancia entre los individuos, y entre los grupos étnicos, sociales, culturales, religiosos y lingüísticos, así como entre las naciones”. La Tolerancia es necesaria entre las personas y los países, en y entre las familias y las comunidades. Resulta esencial fomentarla e inculcar actitudes de apertura, escucha recíproca y solidaridad y los medios de comunicación pueden desempeñar una función constructiva, facilitando un diálogo y un debate libres y abiertos, difundiendo los valores de la tolerancia y poniendo de relieve el peligro que representa la indiferencia al ascenso de grupos e ideologías intolerantes. Por eso, cuando más nos hace falta, en plena expansión de la mundialización del odio hay que poner de relieve los peligros de la intolerancia y reafirmar, porque resulta imprescindible, el fomento de la defensa de este valor y de la no violencia, recordando su práctica por todos en el Día Internacional para la Tolerancia, ese día 16 de noviembre, solemnemente proclamado precisamente en el aniversario de la creación de la Unesco.
Esteban Ibarra
Presidente de Movimiento contra la Intolerancia y
Secretario General del Consejo de Víctimas de Delitos de Odio