11 S, de Al Qaeda a la extrema derecha
Los terribles atentados de Al Qaeda sirvieron a la ultraderecha para imbuir a los estadounidenses con un pensamiento único, militarista, imperial y despiadado… que ha empobrecido al mundo
El 11-S, Al Qaeda y el Tea Party. MOISÉS NAÍM 11-S, diez años después.El auge de la extrema derecha (El País)
Un atentado que dio paso al orden mundial neocon. Carlos Enrique Bayo. (Publico.es)
También las conspiraciones del 11-S son teorías sobre el origen y desarrollo de los atentados que discrepan de la versión oficial. (ver Google)
¿Donde están los musulmanes moderados? ¿Donde están los líderes de esta gran religión que no comparten ni la corrupción teológica, ni los objetivos ni, mucho menos, la pasión homicida y suicida de Al Qaeda? Esta es la pregunta que comenzó a debatirse intensamente después de los ataques del 11-S. Hoy, diez años después, hay otra pregunta igualmente válida: ¿Dónde están los líderes moderados del Partido Republicano estadounidense? Este partido también ha sido capturado por una minoría extremista que, según las encuestas, no representa los ideales, objetivos y métodos que históricamente han definido la causa republicana. Es obvio que los extremistas del Tea Party no son asesinos y su influencia se debe a los apoyos que han logrado dentro del sistema democrático estadounidense. Pero la realidad es que este grupo de radicales con poder es -por razones y con métodos muy distintos a los de Al Qaeda- una fuente de inestabilidad internacional. Hace poco, los líderes del Tea Party estuvieron a punto de producir una catástrofe en la economía mundial y, de poder hacerlo, acabarían con cualquier iniciativa dirigida a atenuar el calentamiento global. Y estos son solo dos ejemplos, pero hay muchos más.
Es por esto que el ascenso de líderes moderados dentro de las filas del partido Republicano de Estados Unidos capaces de contrarrestar la influencia del Tea Party es tan importante para la estabilidad mundial como la necesidad de que aparezcan líderes musulmanes que repudien el terrorismo.
Una década atrás, los ataques del 11-S produjeron tres reacciones en Estados Unidos: la represalia militar, la defensa territorial y la reflexión nacional. La primera condujo a las guerras en Afganistán e Irak y la segunda a un masivo esfuerzo para fortalecer las fronteras y proteger a la ciudadanía contra otros ataques. Ambas implicaron además la expansión de las actividades de inteligencia destinadas a obtener -como fuese y donde fuese- la información necesaria para encarcelar o eliminar a los terroristas. La tercera reacción fue la de tratar de entender las causas del terrorismo islámico y pensar en cómo evitar la proliferación de las ideas y métodos de Al Qaeda. Es así como se identifica la necesidad de que surjan líderes legítimos de los «musulmanes moderados» que sirvan de contrapeso al proyecto nihilista y asesino de un reducido grupo de fanáticos.
Este proyecto aún está en marcha. Cabe la esperanza que gracias a la primavera árabe aparezcan dirigentes más comprometidos con el combate a la pobreza, la injusticia y el retraso de sus propias sociedades que con el proyecto de matar inocentes en Nueva York, Madrid o Londres. Todo esto no quiere decir que Al Qaeda y otros terroristas islámicos hayan dejado de ser una amenaza. Pero a esta amenaza ahora hay que añadir otra: la influencia que tiene sobre el país más poderoso del mundo un grupo minoritario que propugna ideas oscurantistas y políticas públicas que de ser adoptadas desestabilizarían a la superpotencia y al resto del mundo.
Rick Perry, por ejemplo, es el gobernador de Tejas y puntea en las encuestas para ser el candidato presidencial del Partido Republicano. Perry opina que el sistema de seguridad social de Estados Unidos es anticonstitucional y debería ser abolido. También ha dicho que no tiene dudas de que las 234 personas condenadas a muerte en Tejas durante su mandato son culpables y que ningún inocente pudo haber sido culpado -y ejecutado- por error. Las estadísticas, sin embargo, no justifican tanta seguridad. Perry, en cambio, sí duda de las conclusiones de la abrumadora mayoría de los científicos que opina que el planeta se está calentado. Y no es solo Rick Perry. Para llegar hoy a tener influencia en el partido Republicano es necesario cuestionar a Darwin, insultar a Keynes, repudiar cualquier intento de hacer más difícil comprar una ametralladora y defender la abstinencia como única practica aceptable para evitar el embarazo de las adolescentes. En economía, relaciones internacionales, protección social o seguridad nacional las posiciones que deben adoptarse para ser aceptable para el Tea Party también son extremas y con frecuencia están reñidas con los datos disponibles.
La paradoja, repito, es que el Tea Party está lejos de representar las ideas de la gran mayoría del Partido Republicano. Es urgente por lo tanto que comiencen a aparecer líderes que muevan al partido y a sus posiciones hacia una agenda que, manteniendo los valores conservadores de los republicanos, los modernicen, moderen el radicalismo que se ha impuesto y ofrezcan propuestas que inspiren confianza en la racionalidad de una de las agrupaciones políticas más poderosas del planeta.
Un atentado que dio paso al orden mundial NEOCOM
Diez años después, todo el mundo habla de las consecuencias, pero casi nadie se pregunta por las causas. Así que… empecemos hablando de las consecuencias. Sobre todo, de la catástrofe económica que hemos heredado de la insensata respuesta neocon a la hecatombe del 11-S.
George W. Bush reconoció hace unos días al National Geographic Channel que ganó la Casa Blanca en 2000 prometiendo una políticaexterior «modesta». Un año más tarde, halcones como Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz se apropiaban de la agenda internacional de la única superpotencia, convirtiéndola en una contienda bélica permanente e interminable: la guerra contra el terror que, por definición, se prolongará hasta el fin de los tiempos. Pero, lo más relevante es que «ninguno de ellos se fijó en la economía, igual que ninguno de los teóricos neocon, como Kagan, Krauthammer, Kristol o Lewis, se ocupó tampoco de los problemas económicos», explica Peter Beinart, investigador de la New American Foundation, quien en su día fue adalid de la invasión de Irak.
«Los neocon se hicieron con el timón de la política exterior de EEUU después del 11-S«, admite Beinart, «pero sólo pudieron manejarlo porque el 11-S le había metido el turbo al motor de la nave. Y ese motor era la disposición de los estadounidenses a derramar su sangre y gastar su fortuna en el otro extremo del mundo. Hoy, ese motor chisporrotea y la mayor parte de los norteamericanos ya no creen que eso por lo que luchamos en Afganistán merezca sacrificar las vidas de sus jóvenes, ni que seamos capaces de pagarlo». Ningún ideólogo de la Administración Bush se centró en los problemas económicos que estaba generando su doctrina neoliberal y que acabarían llevando al planeta a la catástrofe financiera. «El neoconservadurismo post11-S daba por sentado que siempre habría dinero para una política exterior cuasi imperial», continúa Beinart, «y que, si fuera necesario, siempre se podría recortar el gasto público para asegurarse de que al Pentágono no le alcanzaran los tijeretazos».