Esteban Ibarra

Movimiento contra la Intolerancia, por los Derechos Humanos

Crisis económica y mentiras de la xenofobia

A medida que nos adentramos en el siglo XXI, la globalización ha contribuido a intensificar los flujos migratorios en respuesta a la demanda de los mercados laborales, sin embargo con la irrupción de la crisis neoliberal de acumulación de capital, la debilidad del estado del bienestar y el agotamiento de los actuales proyectos democráticos, se configura un escenario donde anidan cómodamente quienes explotan todo tipo de contradicciones y conflictos sociales para alimentar el odio y la intolerancia xenófoba. Empieza a observarse una cadena de proteccionismo, nacionalismo y xenofobia, un proceso involutivo respecto a la idea de sociedad abierta, cosmopolita y de ciudadanía mundial que podría haber acompañado a la globalización.

Al igual que en toda Europa, en España los inmigrantes son el chivo expiatorio de esta obscena crisis como revelan los datos del CIS reflejando como la mayoría de nuestros conciudadanos dirigen su mirada reprobatoria a quienes vinieron a buscar una oportunidad para encontrar una vida digna en su huida de la miseria. Y es en momentos difíciles, en momentos de incertidumbre, cuando se aprecian peligrosas las proclamas xenófobas por afectar a los derechos de los inmigrantes, a la cohesión social y al desarrollo de la convivencia. Una xenofobia que nunca será democrática aunque lo votase la mayoría social.

Un país que paradójicamente aún mantiene a miles de españoles que son inmigrantes en otros países y que a buen seguro no aceptan ser estigmatizados de conflictivos, problemáticos o delincuentes, como sufre en España la inmigración no comunitaria. Sin embargo, esa incertidumbre de esta sociedad desmemoriada con su pasado migratorio, de corta empatía con el nuevo vecino al que ve de forma utilitaria y con escasa sensibilidad ante situaciones espantosas como son las expulsiones forzadas, los episodios de abusos y malos tratos racistas o  la tragedia de quienes encuentran la muerte en la soledad de un cayuco, parece interpretar la inmigración como uno de sus principales problemas.

Desprecio de la igualdad

En este escenario de crisis, el aumento del prejuicio xenófobo y del hostigamiento a la inmigración está servido. El rechazo latente a compartir igualdad de trato en materia de empleo, sanidad, educación y otro tipo de atención asistencial se viene constatando no solo en las encuestas oficiales, se evidencia en situaciones discriminatorias de la vida cotidiana. Si a todo ello se le  añade la agitación y hostigamiento a los inmigrantes que impulsan grupos de ultraderecha, en las calles o en Internet, para azuzar conflictos con  consignas tipo “Stop invasión” y “los españoles primero” en línea con el populismo neofascista europeo, la perspectiva es inquietante.

La actividad organizada xenófoba  en los últimos años ha recibido fuertes estímulos con los resultados electorales obtenidos por formaciones ultraderechistas en esta Europa desnortada.  La nueva ultraderecha xenófoba ha recogido una cosecha de votos estimable en Austria, Italia, Francia, Alemania y Suiza entre otros, y  proyecta como objetivos, orientar su acción en el contexto de la crisis económica para promover una crisis del sistema democrático, especialmente con los valores  que resultaron vencedores de la contienda mundial frente al nazi-fascismo, sintetizados en la universalidad de los Derechos Humanos.

Es una xenofobia acompañada de intolerancia religiosa y cultural, en especial de antisemitismo e islamofobia, a quienes acusa de estar detrás de la crisis o de aprovecharse de ella, una intolerancia que hace de la diversidad su enemigo y del diferente, del inmigrante, un potencial objetivo de agresión, postreramente ejecutada por grupos racistas o neonazis nacidos del odio y de la recluta fanática de santuarios de intolerancia, como las gradas ultras del fútbol.

Es una nueva ultraderecha que en todos los países europeos se presenta con banderas y con eslóganes tipo “los españoles primero”, “Italia para los italianos”, y otros similares de tipo discriminatorio que desprecian la igualdad de trato. Algunos postulados son obscenos, vinculan al inmigrante con la delincuencia e incluso con el riesgo terrorista. A todo ello le añaden además, el descrédito de la democracia… en definitiva,  unas posiciones que se asemejan a los discursos del fascismo y del nazismo de los años 30, aunque un poco más edulcorado en su estética y acción, porque pervive afortunadamente la memoria de su tragedia, en especial del Holocausto.

Las mentiras de la xenofobia

Esta ofensiva racista y xenófoba, realizada desde  internet y con acciones directas,  tiene por objeto, no una crítica a la política migratoria, sino el impulso de una estrategia que ataca directamente a la cohesión democrática, a la convivencia integradora de la diversidad, mediante un uso perverso de cualquier conflictividad social generada a partir del fenómeno de la inmigración,  del pluralismo religioso y de la diversidad cultural.

Entre los prejuicios más significados que dan cuerpo argumental al discurso del nuevo racismo y de la xenofobia, siempre acompañados de una creciente islamofobia y antisemitismo, emerge el de “la invasión migratoria”, una invocación doméstica que recurre continuamente a la metáfora de que “en tu casa no dejarás entrar a más personas de las que caben ..”, y además usa el miedo al extranjero. Pero ¿España está en verdad amenazada por una invasión migratoria?. Carece de sentido hablar en estos términos cuando aún nuestra media no alcanza a la europea. Una ciudad como Madrid con un proceso de inmigración notorio (12%),  está muy lejos de otras capitales, no alcanza a París (22%), Londres (24%), Bruselas (28%), Toronto (40%) o Nueva York (56%).

Otro prejuicio usado hasta saciedad atiza el miedo por el puesto de trabajo, para lanzar a continuación la invocación patriótica de “los españoles primero …”, cuya razón descansa en que el empleo debe ser reservado de forma prioritaria a los españoles, prejuicio que contradice la realidad  de los hechos, con un  mercado dual de trabajo, con una oferta continuada de empleos que no se cubren y con ofertas, especialmente en hostelería, construcción, agricultura y servicio doméstico que no ocupan los trabajadores españoles. Los inmigrantes aceptan los trabajos más precarios, duros y con un alta tasa de explotación.

No menos falsas son aquellas manifestaciones que reprochan que “se benefician de nuestros servicios sociales, ocupan la sanidad ..” , olvidando que finalizó el tiempo de la esclavitud. Los inmigrantes regularizados pagan impuestos como los españoles y tienen los mismos derechos sociales, y los “sin papeles”, cuyo mayor deseo sería tenerlos, también pagan impuestos indirectos a través del consumo, siempre por encima del nivel de prestaciones que reciben. Deberían recordar que los inmigrantes que vinieron en edad de trabajar, hasta ahora, para nuestro país no han supuesto un coste en  formación, salvo aquellos que requieren formación específica para el empleo. Y también que el derecho a la salud es universal y que una de las razones del superávit de la Seguridad Social son las cotizaciones que aporta la inmigración.

Otra invocación doméstica descansa en avivar la amenaza a la identidad, reprochando que “no respetan nuestra cultura, no se quieren integrar … “. Este prejuicio parte del no reconocimiento de la diversidad cultural y social de nuestro país. Las diferencias nos enriquecen y solo están limitadas por el respeto a la igual dignidad de las personas, a los derechos humanos, a la Constitución y las leyes del Estado de Derecho. A partir de aquí, el derecho a la identidad es libre y la diversidad cultural ya era una realidad en nuestro país cuando casi no había inmigración. No hay que olvidar que nadie se integra si no le dejan.

Sin embargo el prejuicio estrella de la xenofobia es aquel que reitera que “la inmigración solo nos trae delincuencia..”. Radicalmente falso. Aunque la tasa de detención con origen extranjero, nos dicen alcanza el 50%, muchos son detenidos por infracción administrativa (no tener papeles) y su ingreso en prisión preventiva es por falta de arraigo. Además el delincuente extranjero no tiene porque ser un inmigrante, un alto porcentaje de esa delincuencia está relacionado con bandas que se ubican en diferentes países, incluso muchas son mixtas, buscando nichos favorables para el delito. Son delincuentes, sin más. Esta afirmación es moralmente injusta, peligrosamente xenófoba y es la bandera de la nueva ultraderecha en Europa.

A estos prejuicios se añade una islamofobia creciente, producto de vincular el Islam con las tragedias causadas por el terrorismo integrista del 11-S, del 11-M y de otros atentados. Nuestro país aprendió, en medio del dolor, a diferenciar entre el terrorismo y los ciudadanos vascos, cuando la propaganda ultra establecía aquella terrible ecuación. Ahora la misma propaganda insiste en identificar el Islam con el terrorismo de Al Qaeda provocando la estigmatización del magrebí, que también sufre el ataque del terrorismo, y alimentando el odio al musulmán.

Finalmente, según los racistas, la razón oculta de la crisis y el desorden migratorio, no podía ser otra que “la conspiración judía internacional”; así consta en la propaganda  que se distribuye en los foros neofascistas y antisemitas de internet y en sus reuniones de adoctrinamiento. Aún hay más prejuicios y sinrazones, sin embargo esta es la realidad discursiva que se difunde, a la vez en todos los países europeos, de manera organizada, sin que las instituciones democráticas asuman la responsabilidad de enfrentar a fondo el problema.

Indolencia institucional

El mensaje de los líderes políticos europeos no puede ser más nefasto, la ausencia de compromiso con la Convención Internacional de Protección de Derechos de los Trabajadores Migratorios, Directiva Europea de Retorno,  las políticas y reformas en Italia, Francia, España, en general en toda Europa, proyectan un escenario que pone en cuestión el avance de los Derechos Humanos.

Mientras tanto, la acción política e institucional para impedir el crecimiento de la xenofobia es indolente en toda Europa. En España, el Defensor del Pueblo advertía recientemente del crecimiento del racismo y el Observatorio de la Convivencia Escolar constataba un aumento de la intolerancia adolescente hacia inmigrantes, gitanos y judíos. También el Centro de Estudios para Asuntos religiosos en Washington señalaba a España como el país europeo donde mas había crecido el último año la islamofobia y el antisemitismo.

El discurso político prevalente es muy incorrecto, obvian el aporte integral de la inmigración, a la que debemos la mitad del crecimiento del PIB de los últimos cinco años de “esplendor” y que ha asumido los trabajos más duros y peor remunerados,  contribuyendo al superávit de las cuentas públicas; obvian su aporte socio-cultural y ocultan que les necesitamos tanto como ellos a nosotros. El discurso de algunos líderes resulta bochornoso al afirmar la prioridad autóctona en materia de derechos o al vincular la delincuencia al inmigrante como sempiterno recurso para tapar ineficacias en seguridad ciudadana.

En el debe de las actuaciones institucionales para atajar la emergencia xenófoba hay que significar  el déficit de sensibilización preventiva frente a la intolerancia, la escasa ayuda a las víctimas de crímenes de odio, la nula aplicación de la legislación de igualdad de trato, la ausencia de una acción vigorosa en el ámbito judicial contra el racismo y delitos de intolerancia,  la nula erradicación en Internet de las webs, blogs y foros que difunden la xenofobia, la permisividad  ultra y racista en las gradas de los estadios de fútbol ó la aceptación de facto de  presencia de grupos que promueven el nazismo y la violencia.

Motivos para preocuparse

En España todos los estudios sociológicos confirman el crecimiento de la intolerancia ideológica y de la xenofobia social, sin embargo el dato más preocupante es el que hizo público el INJUVE señalando que un 14% de los adolescentes estaría dispuesto a votar a un partido racista. Si a este dato añadimos la continua agitación del neofascismo en ambientes de adolescentes y jóvenes alimentando posiciones “antidemocráticas” con una demagogia fácil y xenófoba, entonces nos encontraremos con una situación cuando menos, inquietante.

En cuanto a la lucha contra esta lacra racista y la intolerancia xenófoba, es esencial precisar que solo puede ser democrática, es decir, en el marco de la legalidad del Estado de derecho, rechazando el uso de la violencia, defendiendo los valores democráticos de igualdad, tolerancia y derechos humanos, además de tener un carácter integral en su respuesta porque no se puede afirmar el antirracismo y conducirse como antisemita; no se puede estar contra el odio y la discriminación racial y ser un homófobo y sexista; no se puede estar contra el genocidio y asumir la violencia según de donde venga; no se puede estar contra la intolerancia religiosa y asumir proclamas y posiciones de la revolución islámica que siempre legitiman el yihadismo.

Sin embargo los problemas no se sitúan solo en el ámbito de grupos de la marginalidad política. La deficitaria implicación de los partidos democráticos en la lucha contra el racismo y la intolerancia, la existencia de manifestaciones xenófobas en el tejido institucional, los abusos y comportamientos  inaceptables de personas que cumplen funciones de seguridad, privada o pública, junto a la débil voluntad política en todos los planos territoriales, convierten  la inquietud en preocupación aguda de quienes vemos  horizontes inciertos.

Esa nueva ultraderecha tiene en su haber el arrastre de partidos democráticos a posiciones de populismo xenófobo más que inquietante, como demuestran el referéndum en Suiza sobre los minaretes, la legislación contra los “ilegales” en Italia, los pronunciamientos sobre el padrón municipal en España y otros tantos episodios en los diferentes países europeos. Hay todo un programa pendiente contra la xenofobia que afirme la igualdad de trato y la democracia inclusiva e intercultural mientras al calor de la crisis  crece la intolerancia extrema causando sufrimiento a los más débiles, a los inmigrantes y a otros colectivos estigmatizados.

Y solo hay un camino, la defensa de valores democráticos y derechos humanos desde el Estado de Derecho junto a la organización ciudadana para hacer cumplir mandatos constitucionales e internacionales como el señalado por Naciones Unidas. Cumplirlo pasa por prohibir manifestaciones xenófobas, cerrar webs neonazis e ilegalizar organizaciones racistas, además de promover una legislación integral y una acción firme desde la Fiscalía para actuar contra el racismo y la intolerancia. Todos juntos en democracia y por los derechos humanos, si podemos.

Esteban Ibarra.

Presidente Movimiento contra la Intolerancia

Etiquetas: ,

Los comentarios están cerrados.