Esteban Ibarra

Movimiento contra la Intolerancia, por los Derechos Humanos

Dialogo intercultural y derechos humanos

Las sociedades europeas distan mucho de ser comunidades homogéneas, nunca lo han sido aunque a veces lo intentaren a san­gre y fuego, pero ahora aún lo son menos en una época marcada por el proceso de globaliza­ción mundial. Vivimos en un Mundo, según la UNESCO, cuya diversidad proyecta sobre el planeta la existencia de 300 estados independientes, 5.000 grupos étnicos, mas de 6.500 lenguas y 8.000 dialectos, 10.000 sociedades, más de 2.000 cultu­ras diferenciadas y centenares de identidades religiosas monoteís­tas y politeístas, además de millones de personas que atraviesan fronteras como inmigrantes y refugiados para instalarse en dife­rente sociedad a la de origen. La Unión Europea de los 27 Estados tampoco anda a la zaga, con casi quinientos millones de ciudadanos, incluidos más de 30 millones de inmigrantes, con una importante pluralidad lingüística y religiosa, con gran diversidad de naciones y regiones, y de convicciones, creencias y adhesiones, se configura como un mosaico cultural compatible con una unidad fundamentada en la Carta Europea de los Derechos Humanos. Así es nuestro mundo y su diversidad creativa.

Tras el apogeo de los “Estados-nación”, las dos Guerras Mundiales, el Holocausto y otros genocidios alimentados por identidades vividas criminalmente, Europa y el Mundo viven un momento histórico caracterizado por la expansión de las redes de comunicación e información, una creciente imbricación de las economías nacionales, de los mercados transnacionales, así como un aumento incesante de contactos entre culturas que configuran nuestra existencia, planteando problemas y retos en materia de diversidad cultural. En este contexto de mundialización, de aumento de las migraciones, de incremento del número de turistas internacionales, de crecimiento de las ciudades, en general de contactos interculturales se está dando lugar a una realidad con nuevas formas de diversidad y prácticas lingüísticas que nos invitan a responder en congruencia con los valores democráticos. Las primeras respuestas en distintas sociedades europeas transitaron desde el asimilacionismo como propuesta de una sociedad estancada, hasta el multiculturalismo que clasificaba a las comunidades, las interpretaba inconexas y facilitaba el camino de la estigmatización recíproca. En ambos casos la segregación, desigualdad, exclusión e la intolerancia estaban servidas.

Un nuevo enfoque, una perspectiva que se abre para un futuro democrático de la realidad multicultural que se reconoce en nuestras ciudades, es el que refiere el diálogo intercultural. Tanto la UNESCO, como el Consejo de Europa insisten en la necesidad de superar el asimilacionismo y el multiculturalismo por los problemas de segregación de comunidades e incomprensión mutua que generan, incluso por el debilitamiento de los derechos de las personas – en particular de las mujeres – dentro de las propias comunidades. Este enfoque intercultural acentúa que el reconocimiento de la dignidad humana es la base de una sociedad democrática y desde ese igual reconocimiento de dignidad o valor para todos los seres humanos, la libertad de las personas de elegir su propia cultura, de adherirse a diferentes sistemas de referencia cultural, es un derecho humano reconocido  e incuestionable. Siguiendo las consideraciones del Consejo de Europa, aunque cada persona crezca en un contexto cultural concreto, en las democracias modernas, todos pueden enriquecer su identidad modificándolas u optando por pertenecer a múltiples sistemas culturales. Cada persona es libre de renunciar a sus convicciones del pasado y tomar nuevas decisiones, sin que exista derecho alguno de confinar a nadie, contra su voluntad, a un grupo, una comunidad, un sistema de pensamiento o una visión del mundo particular.

Es por tanto, el diálogo intercultural, sobre la base de la igual dignidad de la persona y de valores comunes democráticos, universalmente defendidos como condición esencial para ese diálogo, lo que puede permitir un diálogo exento de una relación de dominio, libre y sin sometimientos a la opresión. A estos efectos el Libro Blanco realizado por el Consejo de Europa define el “diálogo intercultural” como un proceso que abarca el intercambio abierto y respetuoso de opiniones entre personas y grupos con diferentes tradiciones y orígenes étnicos, culturales, religiosos y lingüísticos, en un espíritu de entendimiento y respeto mutuos. Afirma que la libertad y la capacidad para expresarse, pero también la voluntad y la facultad de escuchar las opiniones de los demás, son elementos indispensables. El diálogo intercultural contribuye a la integración política, social, cultural y económica, así como a la cohesión de sociedades culturalmente diversas. Fomenta la igualdad, la dignidad humana y el sentimiento de unos objetivos comunes. Tiene por objeto facilitar la comprensión de las diversas prácticas y visiones del mundo; reforzar la cooperación y la participación (o la libertad de tomar decisiones); permitir a las personas desarrollarse y transformarse, además de promover la tolerancia y el respeto por los demás.

Esta perspectiva para España resulta especialmente atractiva y enriquecedora, invitándonos a reconocernos en nuestra historia como realidad intercultural; una evidencia incontestable que refleja nuestra evolución desde la primera base cultural de la península (íberos, celtas, tartesios, vascos),  la aportación de pueblos navegantes como los feni­cios, griegos y cartagineses, las culturas romana, árabe, visigoda, la presencia de judíos y gitanos … de religiones, lengua y culturas, junto a periodos de intolerancia extrema y de guerra. De la convi­vencia cultural nace el arte mozárabe, la literatura medieval, la ciencia médica o la huerta de Valencia, por ejemplo; pero la into­lerancia también tiene su historia y desde la Inquisición, creada para arrasar la cultura alcanzamos hasta la dictadura franquista que persiguió todo rasgo de diferenciación y diversidad de pueblos y cul­turas. En fin, un reconocimiento del hecho cultural dinámico que culmina en la España moderna y democrática, expresión de diversidad política, religiosa, cultural, étnica, lingüística, sexual, … que mantiene y recibe importantes migraciones y millones de turistas internacionales.

Este reto social de vivir insertado en un Mundo en cambio continuo y que apuesta por sociedades abiertas, libres y democráticas tiene en la herramienta del diálogo intercultural un potente instrumento para encuentro y convivencia siempre que se cumplan sus elementos esenciales, que condicionan el propio instrumento, es decir, que se realice desde el convencimiento de  la igual dignidad de las personas y el respeto mutuo, que respete y promueva los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho, que sea innegociable tanto la igualdad de género como cualquier otra vertiente de la discriminación de personas y colectivos por el motivo que sea. Sobre esa base, el valor de la Tolerancia, entendido conforme a la declaración de principios adoptado en la UNESCO, como respeto, aceptación y aprecio de la diversidad humana, resulta esencial para el diálogo intercultural, como el interreligioso, constituyéndose en piedra angular de la democracia moderna, en virtud pública y privada, que debe animar el desarrollo de nuestras sociedades democráticas participativas e interculturales. El reto es planetario y la gestión de la diversidad resulta crucial para que no anide la intolerancia y podamos desterrar definitivamente los tiempos cainitas que asolaron a la humanidad y amenazan con su presencia.

Esteban Ibarra

Presidente de Movimiento contra la Intolerancia

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