Esteban Ibarra

Movimiento contra la Intolerancia, por los Derechos Humanos

Erradicar la Intolerancia. Combatir el Odio

En este irreversible contexto de mundialización, de aumento de las migraciones,  de mestizaje, de incremento del número de turistas internacionales, de crecimiento de las ciudades, en general de contactos interculturales e interreligiosos se está produciendo una realidad con nuevas formas de diversidad y prácticas lingüísticas que nos invitan a responder en congruencia con los valores democráticos. Las primeras respuestas en distintas sociedades europeas transitaron desde el asimilacionismo como propuesta de una sociedad estancada, hasta el multiculturalismo que clasificaba a las comunidades, las interpretaba inconexas y facilitaba el camino de la estigmatización recíproca. En ambos casos la segregación, desigualdad, exclusión  y en general, la intolerancia, estaban servidas. La entrada del nuevo milenio confirma y nos está permitiendo comprobar cómo se extiende la intolerancia  y nuestro objetivo ha de ser su desacti­vación y erradicación.

Sin embargo, la Intolerancia es como una hidra de aspecto multiforme que crece dentro de las personas y de la sociedad,  de ahí la dificultad del empeño que hemos señalado. Promovida y sostenida desde estereotipos y prejuicios, ideologías totalitarias, fanatismos religiosos, conocimientos acientíficos y defectuosos, la ignorancia e  intereses de múltiples dimensiones,  hay que recordar  que junto a ella, los otros dos factores que alimentaron objetivamente el nazismo fueron la normalización de la violencia y el victimismo ultranacionalista,  todo en un contexto de crisis económica y  sistémica.  De ahí la importancia de encararlos ahora y aquí, por parte de todos. De ahí la importancia de denunciar la intolerancia, de denunciar las ideologías que llevan a la exclusión del otro, que llevan la violencia en su código intrínseco.

La historia del mundo está plagada de episodios de intolerancia; la experiencia de la humanidad así lo acredita, a través de conductas individuales y comportamientos sociales,  conflictos, represión, guerras y genocidios. Bien por el dominio religioso, el control del poder y la riqueza, por el clasismo económico, el yugo sexista y patriarcal  o las ideologías, la dominación se ha efectuado mediante múltiples procesos de intolerancia, negando al “otro”, cosificándolo o minusvalorando su dignidad intrínseca, su “valor en sí ”. La intolerancia es el medio y el mensaje, para la consecución del poder, que es el fin; la intolerancia por tanto es el problema y el poder compartido debiera ser la solución. En consecuencia, una democracia, la calidad democrática de una sociedad, de un país, va a tener en la intolerancia su termómetro porque este es un grave problema.

La intolerancia niega la alteridad

La intolerancia es una actitud, un contravalor,  un comportamiento que destaca porque, entre otros hechos, produce amplias gamas de odio, discriminación, hostilidad y violencia. Niega la alteridad que representa la voluntad de entendimiento que fomenta el diálogo, no quiere comprender al “otro” porque de partida hace imposible la relación. La intolerancia puede aparecer en cualquier situación donde haya una interacción, abriendo la puerta a la dominación del más fuerte. Sus formas son múltiples al afirmar “mi yo”, “mi identidad” frente al “otro”, a quien se niega y ataca por su diferencia (cultural, social, religiosa, étnica, sexual..). Se construye como actitud ante el ser humano diferente, se asienta en el irrespeto, rechazo y desprecio al distinto, concibe la identidad de manera excluyente, se edifica con relaciones asimétricas, en la política o en cualquier otro ámbito, construye subalternidad, segrega, acosa, excluye, lesiona y mata, puede concebir “vidas sin valor”, seres “subhumanos”, en definitiva niega la dignidad intrínseca de la persona y la universalidad de los derechos humanos que es la base o factor generador de la dinámica de odio, guerra y genocidio.

El peligro de  extensión de actitudes y conductas individuales, colectivas e institucionalizadas de  intolerancia no ha abandonado nunca al viejo continente y ahora, tras grandes transformaciones de ámbito mundial, acecha a la convivencia democrática y ataca especialmente a los sectores sociales más indefensos, minorías, inmigrantes, jóvenes progresistas, mujeres, ancianos, mendigos, excluidos sociales, marginados…, en síntesis resucitan fobias discriminatorias, nacionalismos agresivos y banderas totalitarias que parecían superadas. Son nuevos fenómenos de violencia, brutalidad o terror social ejecutados por extremistas, neonazis, ultranacionalistas, skinheads, lobos solitarios…, dando lugar a sucesos que tienen capacidad para romper  climas de convivencia, sembrar el miedo y generar  grandes alarmas sociales.

La historia nos ha enseñado como la evolución de una intolerancia normalizada e institucionalizada en un régimen racista, primero supuso privación de derechos de minorías y opositores, después  persecución y finalmente, dio paso al desastre del Holocausto. Podría haber supuesto el punto final y cumplir las promesas de ¡nunca más! tras el horror, poniendo el conocimiento científico y el esfuerzo al servicio de armonizar la convivencia, sin embargo las tragedias devenidas con posterioridad desmienten el empeño. Al contrario. Hemos visto como alcanzar otros planetas, se ha desmenuzado microscópicamente hasta el cerebro de una hormiga, pero no podemos  entender las raíces que provocan el incumplimiento del artº1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que nos recuerda que,  “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. O quizás no, quizás lo que sucede es que no interesa por resultar muy útil la intolerancia y mantener al mundo dividido, unos contra otros, y favorecer así a quienes tienen el poder por encima de todos los demás.

Necesitamos un nuevo enfoque, una perspectiva que se abra para un futuro democrático de la realidad multicultural que se reconoce en nuestras ciudades y es al que refiere el diálogo intercultural. Tanto la UNESCO, como el Consejo de Europa insisten en la necesidad de superar el asimilacionismo y el multiculturalismo por los problemas de segregación de comunidades e incomprensión mutua que generan, incluso por el debilitamiento de los derechos de las personas – en particular de las mujeres – dentro de las propias comunidades. Este enfoque intercultural acentúa que el reconocimiento de la dignidad humana es la base de una sociedad democrática y desde ese igual reconocimiento de dignidad o valor para todos los seres humanos, la libertad de las personas de elegir su propia cultura, de adherirse a diferentes sistemas de referencia cultural, es un derecho humano reconocido  e incuestionable. Siguiendo las consideraciones del Consejo de Europa, aunque cada persona crezca en un contexto cultural concreto, en las democracias modernas, todos deberían poder enriquecer su identidad modificándolas u optando por pertenecer a múltiples sistemas culturales. Cada persona debe ser libre de renunciar a sus convicciones del pasado y tomar nuevas decisiones, sin que exista derecho alguno de confinar a nadie, contra su voluntad, a un grupo, una comunidad, un sistema de pensamiento o una visión del mundo particular.

Necesitamos un nuevo enfoque desde el valor de la Tolerancia que respeta, acepta y aprecia la diversidad  humana. Y de igual forma hay que apreciar la diversidad religiosa. Siguiendo a Hans Küng, en su propuesta de ética mundial y dialogo religioso comunitario, es preciso reconocernos en unas premisas básicas de partida: es imposible la convivencia humana sin una ética planetaria entre las naciones (pueblos), es imposible la paz entre las naciones sin una paz entre las religiones, es imposible la paz entre las religiones sin un diálogo entre las religiones y convicciones (agnósticos..). La diversidad religiosa en España y en todo el continente europeo es un hecho, el riesgo de conflicto se ha evidenciado, mientras la intolerancia religiosa anida y sirve de bandera de enganche para el extremismo político.

Combatir el Odio, defender a las víctimas

Pero ¿cómo se puede combatir la intolerancia?  Transcurría  mediados  los años  90 y la Academia Universal de las Culturas convocó el Fórum Internacional sobre la Intolerancia, donde participaron desde Elie Wiesel, Umberto Eco y un gran elenco de intelectuales en primera línea del pensamiento comprometido con los Derechos Humanos.  El Fórum constató el peligroso avance internacional de la intolerancia, ya sea racial, religiosa, sexista o cultural, su penetración y su papel estimulador del odio y en un Fórum Internacional analizó a fondo el problema y su dramática expresión en Europa, marcada históricamente por una idea de “intolerancia institucionalizada que explica los campos de concentración, los hornos crematorios, el suplicio del garrote, los osarios, las deportaciones, los gulags y el confinamiento”. En verdad que la historia nos proporciona un sin número de ejemplos y como  explicaba la Academia, “la intolerancia individual y colectiva se conjugaron para dar origen a la Inquisición, las guerras de religión, genocidios, purgas totalitarias, fascismo, integrismo,…”.

Se sabe cómo enfrentarse al fascismo porque constituye un sistema, una estructura, una voluntad de poder y hay que desenmascararlo, rechazarlo, repudiarlo, excluirlo de las sociedades democráticas. Sin embargo, como afirma la Academia, con la Intolerancia es más complicado por su sutilidad maligna, por ser una disposición común que anida potencialmente en nosotros y porque es difícil identificarla y detectar sus rasgos. La alimenta el prejuicio, entre otros dispositivos, y ya decía Einstein “es más difícil neutralizarlo que dividir un átomo” pero lo grave, como señala la Academia, es su ductilidad porque la intolerancia no forma parte de un sistema, de una religión, ni de una ideología, sino de la propia condición humana, estando presente en cada uno de nosotros, penetrando con una profundidad mayor que cualquier ideología, encontrándose en el origen mismo de fenómenos de índole distinta, al ser su matriz generadora.

Necesitamos una mirada desde la víctima, de la víctima de la intolerancia,  de la víctima motivada por la negación del “otro” y de su valor humano, motivada por su “cosificación” o incluso su categorización de “no humano”, en la mejor tradición nazi y racista, una mirada para buscar transversalmente lo que en común tenemos como víctimas de la intolerancia. Y ese común tiene nombre, se llama Dignidad Humana, y es el valor intrínseco y supremo que tiene cada persona, el reconocimiento de merecer lo que somos, de ser un fin en sí mismo, lo que se encuentra por encima de todo precio y no admite nada equivalente, como expresaba Kant: “Los seres racionales, llámese personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es como algo que no puede ser usado nuevamente como un medio y por tanto, límite es este sentido de todo capricho y es objeto de respeto…”. Es independiente de la situación económica de la persona y de su contexto social o cultural, así como de sus creencias o formas de pensar, lo que nadie puede despojarte, si no le dejas, lo que en la historia de la humanidad se ha negado para justificar los atentados y crímenes contra ella. Es la base de todo atributo humano y de todos los derechos fundamentales.

En efecto, el poliedro maligno de la intolerancia nos presenta múltiples caras porque así se ha presentado a través de la historia, desde donde siempre se ataca a la dignidad humana, al valor intrínseco de la persona. Son sus formas generadas como construcciones teóricas y creencias, ya sea el racismo, con sus múltiples versiones, el antisemitismo, el sexismo y la misoginia, el antigitanismo, ideologías  y regímenes políticos como el nazismo, el fascismo y todos los totalitarismos desde el identitario nacionalista hasta el de “clase” y sus prácticas; son susmanifestaciones de rechazo aversivo como la xenofobia o la homofobia e intolerancias religiosas como la islamofobia y la cristianofobia, entre otras, incluso rechazos a la pobreza o a la situación “sin hogar” de una persona (aporofobia), a su aspecto o a cualquier otra circunstancia (heterofobia), son todas sus formas,  quienes tienen en común atacar al otro por el hecho de ser diferente frente a la norma identitaria que prevalece o domina en una sociedad.

Y todas estas formas y manifestaciones, a través de distintos hechos, junto al uso de las crisis por las nuevas formaciones de extrema derecha, estimuladas por sus resultados electorales y su presencia en instituciones locales, nacionales y europeas, es lo que deviene en peligrosidad creciente. Su incesante propaganda y difusión del discurso de odio, sea a través de internet y las redes sociales, su actividad en los fondos ultras de los campos de fútbol y en los conciertos de música neonazi, de momento vividas como espacios de impunidad prácticamente en todos los países europeos, salvo rara excepción, es lo que  aprovechan grupos con cierta clandestinidad para cometer delitos, trasladando a la sociedad en general y a los colectivos vulnerables un mensaje inquietante que obliga, a quienes creemos en la igual dignidad y derechos de las personas, a reaccionar promoviendo acciones estratégicas que deben buscar conseguir una base de “unidad democrática” en todo ámbito de nuestra sociedad.

Al menos todos deberíamos, como se afirma desde la UNESCO, asumir esta línea de intervención: La lucha contra la intolerancia requiere leyes, requiere educación, requiere el acceso a la información, requiere una toma de conciencia individual y requiere soluciones locales. Y esta  línea defendida  para España,  debería aplicarse en toda Europa, impulsando la sensibilización social preventiva, movilización ciudadana y la acción política mediante campañas  y acciones de toma de conciencia de su gravedad en todos los ámbitos, promoviendo la defensa de la dignidad de las personas, la igualdad de trato y los derechos humanos. Reformando la legislación penal conforme a los avances y reformulación de la Decisión Marco del Consejo Europeo contra el Racismo y la Xenofobia y creando Fiscalías especializadas contra los delitos de odio y discriminación que permita una aplicación eficaz. Elaborando  estadísticas que recojan los incidentes e infracción al respecto. Formando y desarrollando el compromiso de las fuerzas de seguridad. Comprometiendo a los medios de comunicación. Reconociendo a las víctimas de odio y proporcionando su atención, su atención integral, apoyando a las ONG que les asistan y a las asociaciones que trabajan contra el racismo, la intolerancia y la convivencia en diversidad. Erradicando conductas racistas, xenófobas y de intolerancia en todo ámbito social, político e institucional, especialmente la intolerancia en el discurso público. Buscando la ilegalización de organizaciones neonazis y racistas, así como eliminando cualquier espacio de impunidad para el discurso de odio, como Internet o el Fútbol, y los delitos de odio, todo ello bajo el amparo democrático de una Ley de Protección de las Víctimas de Crímenes de Odio y sobre todo desde un compromiso radicado en el mensaje de Primo Levi, señalando el deber con nuestro tiempo histórico en su célebre frase que invita a la acción y a no esperar:  “Quien sino tú, donde sino aquí, cuando sino ahora”.

Esteban Ibarra

Presidente de Movimiento contra la Intolerancia

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