Esteban Ibarra

Movimiento contra la Intolerancia, por los Derechos Humanos

Lenguaje para intervenir frente a la Xenofobia y la Intolerancia.

Era marzo de 1997, cuando la Academia Universal de las Culturas, apoyada por la UNESCO y por la Universidad de La Sorbonne, realizó el Forum Internacional sobre la Intolerancia. En la convocatoria participaron importantes escritores, filósofos, historiadores y periodistas, junto a numerosos estudiantes, recogiéndo aportaciones muy valiosas entre ellas de Elie Wiesel, Paul Ricoeur, Humberto Eco y Jorge Semprun por nombrar a los más conocidos, valorando por igual a todos los participantes.

La Academia Universal de las Culturas había sido fundada el 9 de noviembre de 1992, quinientos años después del “descubrimiento” de América, tras una iniciativa de Elie Wiesel, Premio Nóbel de la Paz y sobreviviente de Auschwitz, donde proclamaron su voluntad de unirse para reflexionar juntos  sobre el “mestizaje” de las civilizaciones creado tras las “olas migratorias”, voluntarias o forzadas, en todo el planeta. Su voluntad, desde su origen, fue contribuir a la lucha contra la intolerancia, la xenofobia, la discriminación de la mujer, el racismo y el antisemitismo. Así lo afirmaron.

Sin embargo, pese a su buena voluntad, el Forum se topó con la dificultad de abordaje que conlleva el problema de la Intolerancia, con preguntas sin respuesta, con léxicos y conceptos no compartidos, con insuficiencia instrumental para analizar y abordar con éxito estratégico el combate contra la intolerancia. En verdad que la constatación del problema situaba su gravedad. De hecho Elie Wiesel comenzó señalándolo: “En todo el mundo la intolerancia aumenta día a día. Ya se trate de intolerancia religiosa, cultural o social, su penetración nos hace dudar de la realidad de las conquistas que trajo aquello que aún denominamos civilización moderna”. Quizás podríamos añadir que vivimos un tiempo asombroso para la expansión de la intolerancia ¿sin límites? La creíamos limitada, tras la II Guerra Mundial y el terrible horror del Holocausto,  con la aceptación generalizada de la Declaración Universal de Derechos Humanos y de la aplicación de los valores democráticos, interpretamos que eran suficiente antivirus, pero no fue así.

La mundialización, el desarrollo de las comunicaciones (Internet), el mercado económico y laboral planetario, y otros factores globales han generado un escenario favorable a la xenofobia, buque insignia  de las distintas encarnaciones de la Intolerancia; la dualidad ambivalente de las migraciones, su necesidad y rechazo a la vez, han vuelto atrás la historia alimentando la “cosificación” de las personas. El inmigrante simplemente es mano de obra, un recurso productivo,  no es un ser humano con atributos radicados en la dignidad de las persona. Sencillamente cuando se le necesita se obtiene, ya sea regular o irregularmente, con control de flujos migratorios o sin ellos, con integración o marginación, con apoyo al desarrollo de su país de origen o con su abandono a la miseria. Y cuando no se necesita, pues que se vaya, se le anima a marcharse, se le expulsa, deporta e incluso se le convierte en criminal, y que no entren, ahí están las aguas de Lampedusa o el Estrecho como cementerios, y por si acaso las concertinas en las vallas, y si no es suficiente, como dijo un líder ultra italiano, sacamos a los buques para bombardear pateras. La intolerancia xenófoba es el gran instrumento, peligroso instrumento, que abre  puertas y  camino de forma peligrosa y terrible a  otros  acompañantes de la intolerancia generalizada.

Elie Wiesel volvía a afirmar en el Forum: “Sorda a toda razón, la intolerancia no es solamente el vil instrumento del enemigo, sino que aquella es el enemigo mismo, puesto que niega las amplias posibilidades que ofrece el lenguaje. Cuando el lenguaje fracasa, entre en acción la violencia. La violencia es el lenguaje de aquellos que han perdido las palabras, y es también la forma como se expresa la intolerancia, donde germina el odio … ¿Puede el odio tener algún rasgo positivo, trascendente o noble?. ¿Cabe esperar del odio, algo distinto al odio?.”

La claridad descriptiva sobre la intolerancia y sus formas expresadas en el Forum Internacional sobre la Intolerancia por gentes lúcidas y preclaras que viven y advierten sobre su peligrosa realidad, contrastaba con la dificultad encontrada en como acometer el problema y en qué principio debemos buscar para apoyar su neutralización.

LA DIGNIDAD HUMANA Y SUS ATRIBUTOS UNIVERSALES

¿Qué tiene en común la víctima de la xenofobia, del antigitanismo, de la homofobia, del antisemitismo, de la aporofobia, del racismo, de la disfobia, del sexismo y misoginia, de la heterofobia… y de las distintas caras o expresiones del poliedro maligno de la intolerancia? Quizás por ahí encontremos  el camino por donde acometer, organizar la respuesta, a todo aquello que de forma excelente describió y significó el Forum Internacional sobre la Intolerancia organizado por la Academia Universal de las Culturas. ¿Y qué les cuestiono?

Les reprochó la ausencia de mirada desde la víctima, de la víctima de la intolerancia, de odio, de discriminación y violencia motivada por la negación del “otro” y de su valor humano, motivada por su “cosificación” o incluso categorización de “subhumano” o no humano, en la mejor tradición nazi y racista. Es un reproche prudente, humilde, ante ellos mismos, que en parte fueron víctimas y sobrevivientes del Holocausto. Les faltó, por su generosidad hacia la sociedad, una mirada más introspectiva como víctimas que fueron,  no como los grandes analistas que son, para buscar transversalmente lo que en común tenemos todos, como víctimas de la intolerancia. Y ese común tiene nombre, lo saben y lo defienden porque se lo machacaron y nos lo destruyen, se llama Dignidad Humana, y es el valor intrínseco y supremo que tiene cada persona, el reconocimiento de merecer lo que somos, de ser un fin en si mismo, lo que se encuentra por encima de todo precio y no admite nada equivalente, como expresaba Kant: “Los seres racionales, llámese personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es como algo que no puede ser usado nuevamente como un medio y por tanto, límite es este sentido de todo capricho y es objeto de respeto…”. Es independiente de la situación económica de la persona y su contexto social o cultural, así como de sus creencias o formas de pensar, lo que nadie podrá despojarte, si no le dejas, lo que en la historia de la humanidad se ha negado para justificar los atentados y crímenes contra ella. Es la base de todo atributo humano y de todos los derechos fundamentales.

La intolerancia no es un fenómeno genético, no se nace intolerante o tolerante, por el contrario estos comportamientos se aprenden y  desarrollan en el proceso de socialización de la persona. Para acometer la lucha contra la intolerancia cuya raíz descansa en cada individuo y su egoísmo (de ahí la dificultad) y que el mismo Estado proyecta en todos los ámbitos, necesitamos una apreciación victimológica que descanse en el reconocimiento, para todos, de la Dignidad de la persona, sus atributos y principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, junto al reconocimiento de la universalidad (para todos) de los Derechos Humanos, añadiendo los valores superiores de relación que orientan nuestras actitudes, conductas y virtudes a desarrollar, valores superiores que más allá de los textos jurídicos hay que promoverlos y educar en ellos, practicarlos, como son la solidaridad, justicia, tolerancia, paz, equidad, …  a los que se deben añadir otros valores instrumentales necesarios para un orden democrático y social de carácter planetario.

Necesitamos por tanto compartir una ética cívica universal de forma que la persona se sienta “segura” ante el “otro”, en cualquier parte del mundo y corresponde a los Estados y las instituciones internacionales garantizarlo y a la ciudadanía observar su cumplimiento. Ese orden social y democrático mundial es esencialmente incompatible con un orden al servicio de las oligarquías que nos dominan planetariamente, ya sean financieras,  industriales, políticas o militares, que alimentan  el “todos contra todos” y para quien es frecuentemente muy útil la xenofobia y todas las manifestaciones de intolerancia. Y en consecuencia, para aprender de nuestro pasado como humanidad necesitamos compartir memoria histórica, de las víctimas y su proceso de victimización, desde la verdad y reconciliación, desde la justicia y reparación, como se ha afirmado hasta la extenuación ahora, en el momento de la muerte de Nelson Mandela.

La referencia a la Dignidad Humana está omnipresente en todos los instrumentos del derecho internacional de los derechos humanos nacido tras concluir la II Guerra Mundial y el horror del Holocausto, mencionado en el preámbulo y en el artículo 1º de la Declaración Universal, en el artículo 10º de la Constitución Española, en el artículo 1º de la Constitución Alemana, en el primer capítulo de la Carta Europea de los Derechos Humanos.. y así sucesivamente en todo el ordenamiento jurídico del planeta. Contrasta su victoria en los textos fundamentales con su difícil preservación en el mundo, donde crece la intolerancia y su corolario: la guerra; donde crecen las diferentes formas de intolerancia hacia el origen nacional, color de piel, origen étnico, orientación sexual, práctica religiosa o creencias, realidad de género, condición económica, social, discapacidad .. o hacia cualquier otra condición de la diversidad humana elegida de manera estigmatizadora como chivo expiatorio sobre el que instituir el etnocentrismo, el uniformismo, el racismo, el integrismo, el fascismo, el nazismo … y tanto otros “ismos” que acaban con el ser humano.

Y para defendernos de sus prácticas atentatorias contra todos, porque todos somos diferentes, necesitamos comunicación, la acción de puesta en común para lograr unión frente a cualquiera de las formas de intolerancia y sus manifestaciones que socavan o acaban con la dignidad de la persona y sus atributos, la libertad y creatividad, la igualdad y fraternidad,  así como con sus derechos reconocidos.

COMUNICACIÓN Y LENGUAJE PARA LA INTERVENCIÓN

No solo hay muchas lenguas en el mundo, que además no es un problema, lo que si es un problema es que podemos hablar la misma lengua y no entendernos. En el esfuerzo de común-ic-acción, utilizamos lenguajes y palabras, son algo esencial y median sobre la realidad que queremos describir, interpretar, analizar, proponer o imponer. Y procede como aconsejaba Armand Matelart no equivocarse, las palabras no son las cosas. La semiología apunta aún más,  a la señal, al signo, a su significado y su significante,  que nos permite apreciar como el lenguaje y las palabras adquieren gran valor estratégico, en la desinformación o en la formación del pensamiento, en la tarea de encarar el combate contra la intolerancia. La construcción de un discurso coherente, estratégico y compartido, por tanto aplicable va a depender de esa acción-común, que denominaremos “comunicación” y esta a su vez, de compartir conceptos y discurso, cada vez más precisos, que no prescindan de dimensiones holísticas, que no banalicen el problema, que no practiquen reduccionismos y que no trivialicen la gravedad de los hechos. ¿Podemos aceptar que denominen “tribus urbanas” a organizaciones neonazis perfectamente desarrolladas y coordinadas? ¿Podemos aceptar campañas que exhiben la bandera “de tolerancia cero” que gradúan un valor, campañas que mañana pueden denominarse “democracia cero”? ¿Podemos aceptar el lenguaje prevalente, nada respetuoso con la propia dignidad humana en tantas y tantas ocasiones publicitarias o políticas? No podemos aceptar más indolencia.

¿Y en el campo del análisis estratégico de intervención?.Hasta ahora se ha reconocido el problema del racismo y la xenofobia, de la intolerancia religiosa, no de igual manera del antisemitismo, la islamofobia y cristianofobia, limitados por intereses definidos, no digamos la homofobia y la transfobia, la misoginia, la aporofobia y la disfobia …  Sin embargo, en la memoria de la víctima debería de estar muy presente, y si no ¿qué fue Auschwitz? y el exterminio diverso que allí se practico con judíos, gitanos, homosexuales, síndrome de daw, discapacitados, demócratas,… todas “vidas sin valor” para el nazismo. En cambio, cuánto cuesta incorporarlo al discurso contra la intolerancia.

Nuestras instituciones han incorporado el discurso contra la discriminación levantando el principio de la igualdad de trato, el discurso contra la barbarie y el genocidio, reconociendo, no todas, las atrocidades de nuestra historia, pero cuanto está costando reconocer el discurso de odio, hostilidad y violencia que cosifica a las personas y atenta a su integridad moral y física, a la propia vida humana. Y en la vida cotidiana, hechos prácticos como buscar aplicar un agravante penal en la investigación judicial y policial. Más grave aún.   ¿Cuánto cuesta reconocer un suicidio de un niño/a por acoso xenófobo u homófobo? ¿Cuánto cuesta reconocer la naturaleza de un  homicidio como un crimen de odio? ¿Cuánto cuesta reconocer las numerosas conductas humanas y sociales, actos instituidos, hechos y sucesos como parte del mismo problema que se llama: INTOLERANCIA?

Acaso toda distinción que conlleva discriminación (trato menos favorable),  marginación, exclusión  o segregación no son sino las distintas expresiones de cualquiera de las formas de la intolerancia. Acaso la hostilidad, los insultos, las amenazas, el acoso, las coacciones o el maltrato no son otra arista delictiva de las distintas formas (o caras) de la intolerancia. Acaso  el odio, la aversión, denigración y el ostracismo, no son sino otra dimensión conductual de las distintas formas de la maligna intolerancia. Y  acaso la violencia, la destrucción de bienes, las lesiones, los homicidios y asesinatos o el terrorismo y la guerra no son sino la arista más inhumana, antesala del genocidio, de la cruel intolerancia? ¿Se puede separar el discurso estratégico de intervención, bien para el reconocimiento del problema, para su análisis, para su  prevención y neutralización, las distintas caras y aristas del poliedro maligno de la intolerancia?

SIN EMBARGO: ES POSIBLE VENCER A LA INTOLERANCIA

En el vademécum de conclusiones del Forum se constataba que sí, que es posible vencer en este difícil combate. Elie Wiesel señalaba que la intolerancia es la antesala del odio y que adopta rostros tan sutiles que es difícil identificarle y combatirle. Hay que añadir que en sí misma es odio, discriminación, hostilidad y violencia contra el “otro”, contra el “diferente”, contra el “distinto” .. contra quien no se le reconoce su dignidad, atributos y derechos. Es dúctil pero va acompañada de un síndrome reconocible, un conjunto de signos de autoritarismo, subalternidad, fanatismo, heterofobia y dogmatismo. Tiene proyecciones institucionales y sociales en todos los ámbitos, alimentadas por estereotipos y prejuicios, creencias, anomias morales, nihilismos de todo tipo, por conocimientos defectuosos alejados de la verdad de múltiples caras, puede gravemente instituirse en populismos, democracias autoritarias, integrismos, fascismos, nazismos y otros totalitarismos.

La praxis de la intolerancia y la dinámica de odio han de ser combatidas, la conducta de negación y el sentimiento de aversión  hacia otras personas ha de ser neutralizado. Y aquí es donde entra en escena, la buena educación de ciudadanía y la justicia democrática, la prevención y la sanción, así como la reparación de quien lo sufre. Para ello necesitamos reconocernos en la raíz de nuestra existencia posible: la dignidad humana y todo lo que conlleva o deriva.

Necesitamos reconocernos y educarnos en el  valor de la Tolerancia, entendida conforme definió la UNESCO en su declaración de principios: consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y modo  de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz. (…) Tolerancia no es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia. Ante todo, la tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás. En ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales. La tolerancia han de practicarla los individuos, los grupos y los Estados. (…) practicar la tolerancia no significa tolerar la injusticia social ni renunciar a las convicciones personales o atemperarlas. Significa que toda persona es libre de adherirse a sus propias convicciones y acepta que los demás se adhieran a las suyas. Significa aceptar el hecho de que los seres humanos, naturalmente caracterizados por la diversidad de su aspecto, su situación, su forma de expresarse, su comportamiento y sus valores, tienen derecho a vivir en paz y a ser como son. También significa que uno no ha de imponer sus opiniones a los demás.

Necesitamos reconocernos en un compromiso diario por cambiar el paradigma dominante del egoísmo y del uniformismo cultural, del mercantilismo cotidiano y consumismo depredador, del sexismo y negación de sexualidad y género, por un paradigma liberador basado en el universalismo ético, la comunicación, la democracia participativa, la interculturalidad, el feminismo y la paz, desde los fundamentos antes defendidos, en una apreciación que según  avanza la conciencia sobre la interdependencia con el medio, la mirada ecológica poco a poco extiende la valoración  respetuosa con la naturaleza y el mundo animal.

Necesitamos un compromiso radicado en el mensaje de Primo Levi, señalando el deber con nuestro tiempo histórico en su célebre frase que invita a la acción y a no esperar:  “Quien sino tú, donde sino aquí, cuando sino ahora”.

Esteban Ibarra

Presidente de Movimiento contra la Intolerancia

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