Esteban Ibarra

Movimiento contra la Intolerancia, por los Derechos Humanos

Memoria de las víctimas del Porrajmos (Samudaripen), el holocausto gitano de los nazis

En la noche del  2 al 3 de agosto de 1944 morían asesinados, en las cámaras de gas del campo de concentración de Auschwitz II-Birkenau, 2.897 hombres, mujeres y niños gitanos, bajo órdenes del comandante en jefe de la SS, Heinrich Himmler. Los gitanos eran uno de los pueblos objetivo de exterminio del régimen nazi. Por ello, diversas voces en  Naciones Unidas y de la sociedad civil, eligieron el 2 de Agosto como fecha de recuerdo y homenaje a las víctimas gitanas de la barbarie nazi. En numerosas ciudades del mundo se celebran actos de homenaje y duelo.

Decía Elie Wiesel, superviviente de Auschwitz y premio Nóbel de la Paz, que “sin Memoria, el ser humano entra en una soledad de silencio e indiferencia; quién no recuerda pierde su humanidad”. Bastante de todo ello es cierto y así ha sucedido en el caso del exterminio gitano realiza­do por el nazismo, cuyo reconocimiento no se ha hecho efectivo prácticamente hasta nuestros días.

Si bien los gitanos han sufrido duras persecuciones a lo largo de la historia, la más cruel y menos conocida tuvo lugar durante el periodo de barbarie nazi en Europa. El genocidio gitano del nazismo (Porrajmos/ Samudaripen), asesinó a más de tres cuartas partes de la población gitana (romá),  más de ochocientas mil personas, la mayoría en los campos de con­centración y de exterminio. La relativa cercanía de este trágico y sobre­cogedor episodio de la humanidad permite contar con abundante docu­mentación de todo tipo sobre el horror, pese a la destrucción de pruebas llevada a cabo por sus responsables y pese a la labor de los falsificado­res de la historia que promueven las denominadas “tesis revisionistas”.

Al comienzo del régimen nazi los gitanos fueron clasificados como un grupo peligroso, “racialmente criminal”, pero tenían un problema: cómo perseguir a una comunidad que representaba para ellos valores tan nega­tivos y que al mismo tiempo eran parte de la “superraza aria”. En 1934, un año después de alcanzar Hitler el poder, fueron seleccionados para campañas de esterilización por inyección o castración para impedir una descendencia “racialmente” enferma. Un año después quedaron sujetos a las leyes raciales de Nuremberg y les fueron retirados los derechos de ciudadanía, y en junio de 1938 se instauró la “semana de la limpieza gita­na” siendo perseguidos al igual que los judíos, deportándoles a campos de concentración. Finalmente los nazis encontraron una justificación para exterminar a los gitanos, admitiendo que aunque mantenían ciertos rasgos de origen nórdico plantearon que descendían de las clases más bajas de esa región y que durante las migraciones se habían mezclado con poblaciones cercanas convirtiéndose en una raza oriental asiática con rasgos indios y europeos. Su estilo de vida nómada sería resultado de esta mezcla racial de naturaleza “criminal”.

Con esta explicación, los nazis sólo necesitaban determinar quiénes eran gitanos puros, es decir arios, y quiénes no. Los nazis concluyeron que el 90% de los gitanos eran mestizos y por lo tanto peligrosos para el régimen. Después de justificar la persecución de la casi totalidad de los gitanos sólo debían decidir qué hacer con el 10% restante que era puro. El gobierno nazi nombró a nueve representantes gitanos para que ela­borasen una lista de gitanos puros que debían salvarse de la masacre por su pertenencia a grupos supuestamente arios. Sin embargo la mayoría del régimen nazi quería que todos los gitanos fuesen exterminados y esa distinción entre gitanos puros y mestizos en los campos de exterminio nunca se produjo, por lo que prácticamente todos los que fueron ence­rrados, murieron.

En enero de 1940 tuvo lugar la primera matanza del holocausto gita­no (Porrajmos/ Samudaripen): en el campo de concentración de Buchenwald 250 niños son utilizados en diversos experimentos “científicos” causándoles la muerte. Las masacres, a partir de este momento, se suceden tanto en Alemania como en el resto de territorios ocupados. A finales de 1940 Hitler dio la orden de matar a todos los gitanos de la Unión Soviética y el año siguiente, Heydrich, ordenó la muerte de todos los judíos, gitanos y minusválidos psíquicos. Una de las jornadas más sangrientas fue la del 1 de agosto de 1944. Más de 4.000 gitanos, sobre todo ancianos, mujeres y niños, frieron asesinados en las cámaras de gas de Auschwitz en una sola noche, que se recuerda como la “Zigeunernacht” (Noche de los Gitanos). El exterminio de gitanos de Polonia, Austria, Alemania, Holan­da, Bélgica y de otros países, continuó hasta el final de la 2~ Guerra Mun­dial, salvándose poco más de un 20% de la población gitana que residía en Europa. Con judíos y gitanos murieron homosexuales, discapacitados físicos y síquicos, Testigos de Jehová, presos políticos y muchas otras víc­timas de la locura racista.

El reconocimiento del genocidio gitano ha sido débil, tardío y exclu­yente de los programas de restitución que se pusieron en marcha en la posguerra. Cuando hoy rebrotan los ataques racistas hacia los gitanos en muchos países europeos, cuando vemos emerger grupos y partidos neo-nazis con las mismas consignas del pasado, cuando observamos como la intolerancia criminal se pasea arrogante y amenazante contra la vida, la dignidad y la libertad de todos, solo la memoria puede permitirnos, ade­más de hacer justicia, salvarnos de la reaparición de la bestia parda.

Mientras tanto, mientras caminamos por la difícil senda de la solida­ridad aplicada rescatemos el pensamiento de Elie Wiesel, premio Nóbel de la Paz, superviviente de Auschwitz, en su reivindicación a la memoria de las víctimas, quien decía:

«…Estábamos convencidos de que después de Auschwitz, los pueblos no cederían al fanatismo, las naciones no sostendrían más guerras y que el racismo, el antisemitismo y la humillación social serían barridas para siempre.

No podíamos imaginar que en el curso de nuestras vidas sería­mos testigos de más guerras, de nuevas hostilidades raciales y que el nazismo despertaría en los cinco continentes.

Pero hemos aprendido ciertas lecciones. Hemos aprendido a no ser neutrales en tiempos de crisis, porque la neutralidad siempre ayuda al agresor, no a la víctima.

Hemos aprendido que el silencio no es nunca la respuesta. Hemos aprendido que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indi­ferencia.

Y ¿qué es la memoria sino la respuesta a la y contra la indife­rencia?

Por lo tanto permítasenos recordar por la seguridad de todos. La memoria puede ser nuestra única respuesta, nuestra única espe­ranza de salvar al mundo del castigo final…»

Y yo añado,

Permítasenos recordar a todas las víctimas del odio, por la vida que les fue arrebatada y no podrán disfrutar.

Permítasenos recordar a todas las víctimas de la intolerancia porque aquel día de su tragedia no murieron solos, algo de todos nosotros murió con ellos.

Esteban Ibarra

Presidente Movimiento contra la Intolerancia

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