Esteban Ibarra

Movimiento contra la Intolerancia, por los Derechos Humanos

La amenaza de los fundamentalismos

Resulta oportuno comenzar por una apreciación sobre la que insisto reiteradamente, me parece importante ponerse de acuerdo básicamenteen materia de lenguaje en cuanto al uso de los términos porque no es gratuito afirmar que podemos hablar la misma lengua y no entendernos por el significado que cada cual da a las palabras. El origen de muchos malos entendidos reside en este problema.
Suelo poner el ejemplo de la controversia que tuvimos, desde el movimiento contra el racismo y la intolerancia, con la Real Academia Española (RAE) acerca del término Tolerancia, cuando  definía este sustantivo a partir de la traducción del latín del verbo tolerare dándole un significado equivalente a “sufrir, llevar con paciencia, permitir”. De nada servía que la UNESCO realizara en 1995 un magno encuentro plenario con Jefes de Estado y Presidentes de Gobierno, un acto donde se aprobaría la Declaración de Principios sobre Tolerancia y se instaurase el 16 de noviembre (fecha de constitución de la UNESCO) como Día Mundial para la Tolerancia, invitándonos a todos a extender su práctica, y a celebrar el Año Internacional por la Tolerancia y defender este principio como un valor esencial de la convivencia democrática, reclamando que no se confunda con la noción de permisividad y precisando que la “Tolerancia es el respeto, la aceptación y el aprecio de la riqueza infinita de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos”. Precisando que  fomentan la Tolerancia el conocimiento, la apertura de ideas, la comunicación y la libertad de conciencia y que es la “armonía en la diferencia y no sólo es un deber moral, sino una exigencia política y jurídica”.
Mientras, la RAE seguía en su obcecación, desoyendo esta Declaración que reclamaba un valor mundial basado en el objetivo de construir la armonía desde la diversidad humana, desde la defensa de la dignidad y universalidad de los derechos humanos.  La UNESCO sabía muy bien  lo que estaba en juego, en un mundo global cuya diversidad proyecta sobre el planeta la existencia de 300 estados independientes, 5.000 grupos étnicos, mas de 6.500 lenguas y 8.000 dialectos, 10.000 sociedades, más de 2.000 culturas diferenciadas y centenares de identidades religiosas monoteístas y politeístas, además de millones de personas que atraviesan fronteras como inmigrantes y refugiados para instalarse en diferente sociedad a la de origen.
La Unión Europea de los 27 Estados tampoco anda a la zaga, con casi quinientos millones de ciudadanos, incluidos más de 30 millones de inmigrantes, con una importante pluralidad lingüística y religiosa, con gran diversidad de naciones y regiones, y de convicciones, creencias y adhesiones, se configura como un mosaico cultural compatible con una unidad fundamentada en la Carta Europea de los Derechos Humanos. Así, cuando menos, es nuestra realidad y la Tolerancia emerge como una práctica individual, social e institucional esencial para evitar o superar muchos conflictos. Incluso la Unión Europea lo incorporó a su Tratado y tiene señalado como valor superior la Tolerancia para que impregne, con poco éxito hasta el momento (todo hay que decirlo) el ordenamiento jurídico de todos los países de la Unión. Dos Guerras Mundiales, el Holocausto, la guerra de los Balcanes y otros episodios, en verdad están muy presentes al respecto.
Finalmente nuestra RAE modificó su planteamiento y hoy podemos observar cómo en primer lugar  define Tolerancia: “Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Un paso importante frente a su denostación.
Con respecto al término Fundamentalismo también estamos ante una controversia. La Real Academia de la Lengua Española no lo incorpora  a su diccionario hasta la vigésimo segunda edición (Madrid 2001) –el año del 11-S–,  y ofrece tres acepciones:
1. Movimiento religioso y político de masas que pretende restaurar la pureza islámica mediante la aplicación estricta de la ley coránica a la vida social.
2. Creencia religiosa basada en una interpretación literal de la Biblia, surgida en Norteamérica en coincidencia con la Primera Guerra Mundial.
3.  Exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida.»
La definición puesta en primer lugar es paradójicamente la más tardía y es la que se relaciona con los ataques del 11 Noviembre de 2001.  En cambio, la segunda acepción que es la más antigua, explica que el fundamentalismo es una creencia religiosa basada en la interpretación literal de la Biblia, surgida en coincidencia con la primera Guerra Mundial. Esta definición, parcialmente correcta, obvia que los fundamentalistas surgen como una reacción a tendencias consideradas liberales, tales como el evolucionismo y la lucha a favor de la abolición de la esclavitud. Fueron los hermanos Milton y Liman Steward, adinerados del petróleo, los que financiaron el proyecto editorial de “FUNDAMENTALS” y en un seminario celebrado en Princenton en 1895 un grupo de teólogos  establecerían  cinco puntos «fundamentales» del movimiento: La infalibilidad de las escrituras, la divinidad de Jesucristo, su nacimiento virginal, su sacrificio expiatorio en la cruz en sustitución de los pecados humanos, y su resurrección física y pronto retorno. Si  la RAE afirma que el fundamentalismo coincide con la Primera Guerra Mundial, es porque el Baptist Watchman-Examiner usó el nombre «Fundamentalismo» por primera vez en el 1920. Sin embargo fundamentalismo estadounidense formado alrededor de la Guerra Civil, ya se proyectaba en el sur de los Estados Unidos, entre personas que habían apoyado el sistema esclavista. Con el tiempo, el fundamentalismo dejó de ser un movimiento teológico para convertirse en una fuerza política asociada al conservadurismo republicano.
Sin embargo para nuestro análisis, es la tercera acepción definida por la RAE, la que objetivamente nos interesa. Es una actitud, una manifestación transversal: “Exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica establecida” y en cuanto a la vida cotidiana, es  un epíteto que califica a personas que intentan imponer sus ideas y estilos de vida sobre las demás. Habitualmente se emplea peyorativamente para denotar, por extensión, los aspectos opresivos y retrógrados de cualquier religión. Pero no solo.  Si analizamos etimológicamente el término podremos concluir que lo refiere a toda adhesión exacerbada (ismo) a aquello que sirve de “Fundamento” o es lo principal de una cosa (fundamental) y por tanto es racionalmente intocable. En consecuencia podemos interpretar que los fundamentalistas se oponen a la libertad de pensamiento y a una racionalidad crítica que puede poner en cuestión la literalidad de lo predefinido. De ahí que podamos hablar de muchos fundamentalismos, de tipo político, económico, religioso, ideológico, cultural, ecológico…de cualquier ámbito de pensamiento y si me apuran, últimamente escuché su referencia hasta en el ámbito deportivo.
No obstante se tiende a confundir deliberadamente el fundamentalismo con sus dos derivadas, el integrismo (que es un movimiento instrumental para garantizar la imposición y mantenimiento de un proyecto “fundamentalista” en el mundo) y el fanatismo (que es la actitud o comportamiento extremo de defensa de sus creencias fuera de lo racional). Aunque lo uno de pie a lo otro, se puede ser fundamentalista sin ser fanático e integrista. Y esto se puede obsevar en todos los ámbitos de nuestra existencia, el problema es cómo nos conducimos individual y colectivamente. El fundamentalismo como interpretación acrítica es la base para la emergencia de una intolerancia que puede ser opresiva y criminal, pero se puede ser fundamentalista sin ser un delincuente aunque dañe a la razón.
Pero cuando estos atributos, de manera revuelta y sin precisar, estigmatizando,  se asignan casi en exclusiva a una determinada religión, en este caso a un grupo humano tan grande como el musulmán, nos hallamos ante una práctica de islamofobia y la retórica infernal de la guerra.Se trata de un discurso inhumano que incluye a 1.500 millones de personas inocentes (1 de cada 5 habitantes de la tierra) como enemigos. La presentación que se hace de ellos confunde el islam, con sus fundamentalistas y a estos con sus integristas y fanáticos.  En los medios de comunicación su imagen es muy  negativa, con aspecto amenazador y muy deshumanizado, de ahí un paso a  legitimar su exterminio en una nueva Reconquista de los caballeros cruzados. No es broma, así se expresaba el general Thomas Blamey cuando arengaba a sus tropas en Iraq: “Sabéis que tenemos que exterminar estas sabandijas si queremos vivir nosotros y nuestras familias…. No estamos tratando con humanos tal como los conocemos”. Cuando en verdad lo que se ocultaban eran los interés petroleros, como actualmente sucede con la guerra en Libia.
Hoy día el fundamentalismo más peligroso es el ultraneoliberal, que fija que los estados se rijan por criterios empresariales, los mercados lo dominan todo, prima el interés del capital sobre el interés humano y el pago de la deuda, especulativamente inducida, lo determina todo, incluso hundiendo países enteros. Este fundamentalismo lo que esconde es la lógica “integrista” de una acumulación de capital y de poder salvaje que lleva a destruir el derecho internacional, a invalidar instituciones internacionales, a convertir la Carta de las Naciones Unidas en papel mojado, y lo que es mas horroroso, a las guerras por los recursos naturales y las posiciones geoestratégicas de dominio mundial y a la muerte por hambre de 100.000 personas al día, de un niño menor de 10 años cada 5 segundos por falta de alimento. Somalia (no solo) es su vergüenza, con un 20% de población en desnutrición extrema solucionaría el drama con 1.400 millones de dólares. Mientras EE.UU. gastó en una sola noche, en el primer día de bombardeos a la ciudad de Trípoli (Libia) más de 500 millones en sus 150 misiles lanzados. Las cifras de rearme en USA  para garantizar la “democracia” y los “mercados”, tras el 11-S superaron los 700.000 millones $, el doble que China, Rusia, Gran Bretaña y Francia juntas que son quienes aportan el 80% de los gastos militares, en plenos momentos de su crisis económica. Warren Buffet, el tercer hombre más rico del planeta  que ahora pide a Obama que suba los impuestos a los más ricos (porque casi no pagan y se les cae la maquinaria estatal) y al que no hay que interpretar como ningún benefactor frente a la voracidad de otros, lo dice claramente sin pelos en la lengua: “vivimos una guerra entre los ricos y los pobres, y por ahora ganan los míos, que son los primeros”.
Fundamentalismo, integrismo y fanatismo
En una mirada que busca elementos comunes en los fundamentalismos podríamos aceptar que existen una serie de características que comparte todos: se consideran depositarios de la verdad exclusiva, mantienen una concepción dualista del mundo, “nosotros PERFECTO, y los otros, son- indignados, descarriados – y por tanto perseguibles. Interpretan su ideología y creencia de forma que hay que aceptarla  íntegra, absoluta y acríticamente; apuestan por la supremacía de la religión o ideología  sobre la política y por tanto, no admiten separación de ambas. Y desde, luego desprecian a otras culturas y pueblos distintos al propio.
En cuanto a su derivada política integrista, se manifiesta  como proyecto socio-político de carácter totalitario  que plantea represivamente la sumisión – sometimiento de la persona a su sistema. Evidencian la supremacía del grupo o comunidad elegida sobre el individuo y no resulta posible por tanto, disponer de señas de identidad sino se renuncia a la individualidad. La intolerancia a la diversidad (mujeres, homosexuales, diversidad religiosa, …) es una práctica que se revela incluso criminal. Realizan  permanentemente  un discurso de victimización del colectivo/comunidad propia. Y desde luego, aceptan y justificación del uso de la violencia mas extensiva.
En cuanto a la otra derivada, desde la responsabilidad individual de la conducta, el fanático, muestra una persistente actitud intolerante cara a cualquier punto de vista o posición distinta de la propia. Una disposición a ejercer la violencia contra los considerados enemigos. En definitiva el  fanático se emancipa de las leyes de la razón y abjura de la libertad de pensamiento, y abre espacio al odio y a la violencia.
Son los tres vértices de un triángulo pernicioso en el que se proyecta la intolerancia, viven una identidad cerrada y excluyente, manifiestan una notoria incapacidad democrática, de forma absoluta en las dos derivas del fundamentalismo, la individual (fanático) y la política (integrista) y manifiestan una incompatibilidad frontal con una ética de mínimos basada en el respeto a la dignidad de la persona y la universalidad de los derechos humanos. Los alimenta la ignorancia, los prejuicios, el miedo, la no racionalidad que no distingue hechos y realidad de la cosmovisión inducida doctrinariamente. Para el fundamentalista-fanático-integrista, el diablo puede ser musulmán-judío-mujer-homosexual-ateo-cristiano… depende de que perspectiva del poliedro maligno sea desde la que se mire.
Vivimos tiempos de crecimiento de la intolerancia, principal amenaza del siglo XXI, junto al descrédito del sistema democrático y la propagación de las ideas totalitarias, vivimos un momento histórico donde se ataca a los valores democráticos  desde tres perspectivas, desde el integrismo fundamentalista, ya sea del Corán, la Biblia o el Talmud, desde el ultranacionalismo excluyente, y desde los neofascismos recuperados. En todas estas perspectivas se fomentan identidades compulsivas y criminales y todas ellas, no parecen dañar el modelo de acumulación de capital basado en la globalización neoliberal. Justo al revés, la actividad intensa de los grupos antidemocráticos, dificulta la redistribución democrática del poder y la riqueza y alimenta en todos los lugares el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, la islamofobia y otras expresiones de intolerancia , del todos contra todos. Es el síntoma de la triple crisis que azota a nuestras sociedades, la crisis económica generadora de pobreza en el sur y en la periferia, la crisis del estado del bienestar y su progresivo desmantelamiento y la crisis de proyecto democrático y social que limite el abuso poderosos de las oligarquías financieras internacionales. La consecuencia en Europa ya es conocida, endurecimiento de la política migratoria alentada por la nueva ultraderecha y demonización del diferente contra el que se atiza el odio

Matanzas de odio

Una de las manifestaciones más horrorosas del fanatismo ultracatólico pudimos vivirla sorpresivamente este verano en Oslo (Noruega). Un sujeto llamado Breivick, autodefinido como “Nuevo Templario” decidió simultanear dos atentados, el primero contra el Gobierno mediante la colocación de artefactos explosivos, y mientras se producía esa conmoción,  el asesinato-ejecución de adolescentes de un campus laborista en la isla de Utoya. Fueron al menos 76 víctimas de un crimen de odio, un crimen motivado por la condición ideológica de las víctimas a la que  les hacia responsables de la Europa multicultural
El horror de los sucesos de Oslo  nos alcanzó a todos. Estábamos ante un crimen de odio en su más bárbara expresión terrorista, realizado por un fanático ultraderechista que hace del rechazo a los progresistas, a la democracia que acoge a la inmigración y a la tolerancia que integra   la diversidad religiosa, el motivo de su crimen masivo. No fue obra de  un loco, puede que sea un psicópata profundo a partir de su fanatismo y odio, pero actuó cerebralmente para ejecutar su matanza,  alimentado del discurso de la intolerancia a la diversidad, discurso que también  proyectan  partidos y organizaciones de una nueva extrema derecha que hace de la xenofobia, el racismo, la fobia al Islam y la criminalización de la democracia, especialmente a  los progresistas, el “chivo expiatorio” de su arianizada visión. El asesino alcanzó satisfacción y protagonismo observando el miedo y el horror que provoca en la sociedad que quiere destruir.
Pero no fue un hecho insólito, hay precedentes, no fue la primera vez. El  atentado cometido por el ultraderechista Timothy McVeigh en Oklahoma, tras detonar un camión de explosivos y asesinar a 168 personas, dejó un terrorífico  mensaje de sangre: podemos actuar como “lobos solitarios”. Elevado al santuario del yihadismo nazi,  McVeigh ha sido emulado por   otros asesinos masivos, como muestran los sucesos en centros escolares de Alemania, Finlandia y Norteamérica. Existe una comunidad virtual criminal de alcance transnacional, alimentada por internet y redes sociales, que busca  su razón de existir en  el discurso del odio y encuentra su logística en el fácil acceso a las armas y explosivos en múltiples escenarios, también en la red.
El “lobo solitario” es un aspirante a genocida y funciona en esa comunidad virtual,  visible en internet, que se alimenta de la biblia ultra: “Los Diarios de Turner” escrita por el nazi William Pierci, cuyo consumo mundial ha superado los cinco millones de ejemplares. El relato del horror de esta  novela puede ser una realidad  que se expanda, solo  necesitan  gente que lo asuma con determinación cuya recompensa será la  fama por aterrorizar al mundo. Inspirados en este manual del  horror, como en otros manuales neonazis tipo “Resistencia sin líder”, los criminales sin organización pueden causar tragedias de miles de víctimas y por extensión del conjunto de la sociedad. Y como lo saben, lo hacen.
Sin embargo vuelve a sorprender la nula detección del problema por las fuerzas de seguridad. Ancladas en los viejos clichés de las organizaciones terroristas y  del antiguo fascismo no acaban de comprender las claves de la nueva ultraderecha y de su intolerancia criminal en un mundo globalizado de interconexión sin límites a través de internet. Sobradamente advertidos por quienes conocemos la tragedia por sus efectos  hay pistas que deben llevarles a entender porqué matan de esta manera. Stieg Larsson y su  Millenium permiten comprender cómo pueden surgir este tipo de ‘salvadores’ en sociedades  avanzadas.
Mientras tanto, al menos se debería de limpiar de internet la basura criminal de manuales y webs que incitan el odio, ilegalizar a organizaciones y partidos racistas que lo difunden y no permitir el fácil acceso a las armas en ningún país. Europa no puede mirar a otro lado ante el aumento del racismo y la intolerancia, debe desterrar su banalización,  reforzar los códigos penales, mejorar la inteligencia sobre estos grupos y personas, luchar democráticamente en todos los frentes contra el fanatismo  cuya capacidad para el horror ha quedo demostrada en Oslo.
Aumenta la intolerancia
El aumento de la intolerancia en Europa es un hecho de elevada gravedad, no solo por sus consecuencias en términos de violación de derechos humanos, discriminación y crímenes basados en el odio con la consiguiente ruptura de la convivencia y paz social, sino por su tenebrosa proyección de futuro en la que algunos grupos extremistas hablan y alientan conflictos sociales de carácter racial y religioso como nos confirma la vecina Francia y los resultados electorales en Cataluña, sin olvidar los continuos conflictos en numerosos países basados en la islamofobia, el antisemitismo y la cristianofobia.
Alarmados por el crecimiento de la intolerancia y sus manifestaciones de racismo, xenofobia y otras expresiones de odio y discriminación religiosa o por convicciones, diferentes organismos internacionales reaccionan y recuerdan principios fundamentales recogidos en la Carta de Naciones Unidas y en la Declaración Universal de los derechos Humanos como la dignidad y la igualdad de la personas, así como el respeto y libertades fundamentales de todos, sin distinción racial, de sexo, idioma o de religión. Son fundamento mismo de una sociedad democrática los principios de no discriminación y de igualdad ante la ley, así como el derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia, de religión o convicciones.
Las Declaraciones y acuerdos internacionales entienden que la religión o las convicciones, para quien las profesa, constituyen un elemento fundamental de su concepción de la vida y por tanto, la libertad de religión o convicciones debe ser íntegramente respetada y garantizada, por lo que resulta esencial promover la comprensión, la tolerancia y el respeto en las cuestiones relacionadas con este derecho de libertad. Además, en general, insisten en recordar que el desprecio y violación de los derechos humanos y libertades fundamentales, en particular el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia, de religión o convicción, ha causado directa o indirectamente guerras, genocidios y grandes sufrimientos a la humanidad.
La Academia Universal de la Cultura, a mediados de los 90, constató el peligroso avance internacional de la intolerancia, ya sea racial, religiosa, sexista o cultural, su penetración y su papel estimulador del odio y en un Fórum Internacional analizó a fondo el problema y su dramática expresión en Europa, marcada históricamente por una idea de “intolerancia institucionalizada que explica los campos de concentración, los hornos crematorios, el suplicio del garrote, los osarios, las deportaciones, los gulags y el confinamiento”. En verdad que la historia nos proporciona un sin número de ejemplos. “La intolerancia individual y colectiva se conjugaron para dar origen a la Inquisición, las guerras de religión, genocidios, purgas totalitarias, fascismo, integrismo, etc.” afirma la Academia.
Elie Wiesel, superviviente de Auschwitz y premio Nobel de la Paz, en su texto introductorio del Forum afirma que la Intolerancia “no es solamente el vil instrumento del enemigo, sino que ella es el enemigo mismo”. Es la antesala del odio y la violencia e insiste en que tanto la intolerancia como el fascismo conducen inevitablemente a la humillación del prójimo y con ello a la negación del ser humano y sus posibilidades de desarrollo. Las manifestaciones de Intolerancia consagran como valor común, no a la persona con sus propias y diversas identidades, sino a la propia identidad enfrentada a la de los demás a quienes no acepta y niega respeto y dignidad. Es el denominador común y se presenta vinculada a manifestaciones de odio racial, nacional, sexual, religioso u otros comportamientos que discriminan, segregan, agreden o incitan a ello, a grupos, minorías o personas por el hecho de ser, pensar o actuar de modo diferente. Cuando la Intolerancia se transforma en un hecho colectivo o institucionalizado, socava la convivencia, los principios democráticos y supone una amenaza para la paz mundial.
Pero ¿cómo se puede combatir la intolerancia? Se sabe cómo enfrentarse al fascismo porque constituye un sistema, una estructura, una voluntad de poder y hay que desenmascararlo, rechazarlo, repudiarlo, excluirlo de las sociedades democráticas. Sin embargo, como afirma la Academia, con la intolerancia es más complicado por ser sutil, por ser una disposición común que anida potencialmente en nosotros y porque es difícil identificarla y detectar sus rasgos. La alimenta el prejuicio y ya decía Einstein “es más difícil neutralizarlo que dividir un átomo” pero lo grave, como señala la Academia, es su ductilidad porque la intolerancia no forma parte de un sistema, de una religión, ni de una ideología, sino de la propia condición humana, estando presente en cada uno de nosotros, penetrando con una profundidad mayor que cualquier ideología, encontrándose en el origen mismo de fenómenos de índole distinta.
La actual crisis económica está posibilitando la difusión de prejuicios y tópicos de quienes alimentan la xenofobia, difundiendo discursos de intolerancia racial y religiosa muy peligrosos en campañas electorales, que dañan la convivencia democrática, la cohesión social y la integración intercultural. Muchas de esas infamias se difunden abiertamente en Internet alimentando el odio, además se celebran conciertos racistas, hostigamiento hacia las mezquitas, campañas que violan la dignidad y derechos de inmigrantes, minorías y del conjunto de la sociedad, cuando no nos vemos sorprendidos por ataques a sedes progresistas, asociaciones culturales y organizaciones sociales, sin olvidarnos de hostilidades reiteradas de algunos políticos y medios de comunicación hacia prácticas religiosas como el uso del velo. A todo ello hay que añadir las agresiones a personas que en algunos casos han producido irreparables homicidios.
Resulta pertinente señalar, como afirma el Observatorio Europeo de Fenómenos Racistas y Xenófobos, que el miedo a todo lo relacionado con el Islam tras los atentados del 11 de septiembre ha aumentado de manera considerable y en Europa se ha traducido en un aumento de los ataques contra los inmigrantes. Como indica el informe, en general se ha producido un “recrudecimiento de las hostilidades y un incremento de los ataques verbales y físicos hacia musulmanes tanto en grupos como de forma aislada”, en es nuevo fenómeno denominado “islamofobia” que amenaza con extenderse peligrosamente.
En este contexto de mundialización, de aumento de las migraciones, de incremento del número de turistas internacionales, de crecimiento de las ciudades, en general de contactos interculturales e interrreligiosos se está dando lugar a una realidad con nuevas formas de diversidad y prácticas lingüísticas que nos invitan a responder en congruencia con los valores democráticos. Las primeras respuestas en distintas sociedades europeas transitaron desde el asimilacionismo como propuesta de una sociedad estancada, hasta el multiculturalismo que clasificaba a las comunidades, las interpretaba inconexas y facilitaba el camino de la estigmatización recíproca. En ambos casos la segregación, desigualdad, exclusión e la intolerancia estaban servidas.
Diálogo intercultural y diálogo interreligioso

Un nuevo enfoque, una perspectiva que se abre para un futuro democrático de la realidad multicultural que se reconoce en nuestras ciudades, es el que refiere el diálogo intercultural. Tanto la UNESCO, como el Consejo de Europa insisten en la necesidad de superar el asimilacionismo y el multiculturalismo por los problemas de segregación de comunidades e incomprensión mutua que generan, incluso por el debilitamiento de los derechos de las personas – en particular de las mujeres – dentro de las propias comunidades. Este enfoque intercultural acentúa que el reconocimiento de la dignidad humana es la base de una sociedad democrática y desde ese igual reconocimiento de dignidad o valor para todos los seres humanos, la libertad de las personas de elegir su propia cultura, de adherirse a diferentes sistemas de referencia cultural, es un derecho humano reconocido  e incuestionable. Siguiendo las consideraciones del Consejo de Europa, aunque cada persona crezca en un contexto cultural concreto, en las democracias modernas, todos pueden enriquecer su identidad modificándolas u optando por pertenecer a múltiples sistemas culturales. Cada persona es libre de renunciar a sus convicciones del pasado y tomar nuevas decisiones, sin que exista derecho alguno de confinar a nadie, contra su voluntad, a un grupo, una comunidad, un sistema de pensamiento o una visión del mundo particular.
Es por tanto, el diálogo intercultural, sobre la base de la igual dignidad de la persona y de valores comunes democráticos, universalmente defendidos como condición esencial para ese diálogo, lo que puede permitir un diálogo exento de una relación de dominio, libre y sin sometimientos a la opresión. A estos efectos el Libro Blanco realizado por el Consejo de Europa define el “diálogo intercultural” como un proceso que abarca el intercambio abierto y respetuoso de opiniones entre personas y grupos con diferentes tradiciones y orígenes étnicos, culturales, religiosos y lingüísticos, en un espíritu de entendimiento y respeto mutuos. Afirma que la libertad y la capacidad para expresarse, pero también la voluntad y la facultad de escuchar las opiniones de los demás, son elementos indispensables. El diálogo intercultural contribuye a la integración política, social, cultural y económica, así como a la cohesión de sociedades culturalmente diversas. Fomenta la igualdad, la dignidad humana y el sentimiento de unos objetivos comunes. Tiene por objeto facilitar la comprensión de las diversas prácticas y visiones del mundo; reforzar la cooperación y la participación (o la libertad de tomar decisiones); permitir a las personas desarrollarse y transformarse, además de promover la tolerancia y el respeto por los demás.
Esta perspectiva para España resulta especialmente atractiva y enriquecedora, invitándonos a reconocernos en nuestra historia como realidad intercultural; una evidencia incontestable que refleja nuestra evolución desde la primera base cultural de la península (íberos, celtas, tartesios, vascos),  la aportación de pueblos navegantes como los feni¬cios, griegos y cartagineses, las culturas romana, árabe, visigoda, la presencia de judíos y gitanos … de religiones, lengua y culturas, junto a periodos de intolerancia extrema y de guerra. De la convivencia cultural nace el arte mozárabe, la literatura medieval, la ciencia médica o la huerta de Valencia, por ejemplo; pero la intolerancia también tiene su historia y desde la Inquisición, creada para arrasar la cultura alcanzamos hasta la dictadura franquista que persiguió todo rasgo de diferenciación y diversidad de pueblos y culturas. En fin, un reconocimiento del hecho cultural dinámico que culmina en la España moderna y democrática, expresión de diversidad política, religiosa, cultural, étnica, lingüística, sexual, … que mantiene y recibe importantes migraciones y millones de turistas internacionales.
De igual forma hay que apreciar la diversidad religiosa y, siguiendo a Hans Küng en su propuesta de ética mundial y dialogo religioso comunitario, es preciso reconocernos en unas premisas básicas de partida: es imposible la convivencia humana sin una ética planetaria entre las naciones (pueblos), es imposible la paz entre las naciones sin una paz entre las religiones, es imposible la paz entre las religiones sin un diálogo entre las religiones. La diversidad religiosa en España y en todo el continente europeo es un hecho, el riesgo de conflicto se ha evidenciado, mientras la intolerancia religiosa anida y sirve de bandera de enganche para el extremismo político.
La Comisión de Derechos Humanos, 24 de abril de 2003 en línea con  la Declaración y Programa de Acción de Durban destinadas a combatir la intolerancia religiosa, manifestó su profunda preocupación por las situaciones extremas de violencia y discriminación que afectan a muchas mujeres por motivos de religión o creencias,  por el aumento del extremismo religioso que afecta a las religiones en todo el mundo, y por el aumento de los casos de intolerancia dirigida contra los miembros de muchas comunidades religiosas en diversas partes del mundo, en particular casos motivados por la islamofobia y el antisemitismo. En esa sesión se aprobaba una declaración para la  Eliminación de todas las formas de intolerancia religiosa, destacando que el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia, religión y creencias tiene amplio alcance y profunda significación y que abarca la libertad de pensamiento sobre todos los temas, las convicciones personales y la profesión de una religión o creencia, ya se manifiesten a título individual o en comunidad con otras personas, en público o en privado.
La Comisión de Derechos Humanos muy preocupada por todos los ataques contra lugares de culto, lugares sagrados y santuarios, y, en particular, la destrucción deliberada de reliquias y monumentos, estimó que es preciso  redoblar los esfuerzos para promover y proteger el derecho a la libertad de pensamiento, conciencia, religión o creencias y para eliminar todas las formas de odio, intolerancia y discriminación fundadas en la religión o las creencias, condenando todas las formas de intolerancia y discriminación fundadas en la religión o en las creencias, instó a los Estados a:
-Velar  para proporcionar a todos, sin distinción, garantías adecuadas y efectivas de la libertad de pensamiento, conciencia, religión y creencias, y asegurar, en particular, que nadie  se vea privado del derecho a la vida y del derecho a la libertad y a la seguridad de la persona por su religión o sus creencias, o sea sometido a torturas o a detención o prisión arbitraria por tales razones, y a enjuiciar a todos los autores de violaciones de estos derechos; a adoptar todas las medidas necesarias para combatir el odio, la intolerancia y los actos de violencia, intimidación y coacción motivados por la intolerancia fundada en la religión o las creencias, prestando especial atención a las minorías religiosas, y también prestar especial atención a las prácticas que violan los derechos humanos de la mujer y que discriminan contra ella, en particular en el ejercicio de su derecho a la libertad de pensamiento, conciencia, religión o creencias;
-Reconocer el derecho de toda persona a practicar su culto y a reunirse para profesar una religión o creencia, así como a establecer y mantener lugares para esos fines; a garantizar el respeto y la protección cabales de los lugares de culto, lugares sagrados y santuarios, y adoptar medidas adicionales en los casos en que esos lugares estén expuestos a profanación o destrucción; a velar por que todos los funcionarios públicos y agentes del Estado, incluidos los agentes del orden, los militares y los docentes, respeten las diferentes religiones y creencias y no discriminen por razones de religión o de creencias, y que se imparta toda la capacitación o educación necesaria y apropiada al respecto; a  promover y fomentar, mediante la educación y otros medios, la comprensión, la tolerancia y el respeto en todo lo relativo a la libertad de religión o de creencias.

Este reto social de vivir insertado en un Mundo en cambio continuo y que apuesta por sociedades abiertas, libres y democráticas tienen en las herramientas del diálogo intercultural e interreligioso unos potentes instrumentos para encuentro y convivencia siempre que se realicen desde el convencimiento de  la igual dignidad de las personas y el respeto mutuo, que respete y promueva los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho, que sea innegociable tanto la igualdad de género como cualquier otra vertiente de la discriminación de personas y colectivos por el motivo que sea. Sobre esa base, el valor de la Tolerancia, entendido conforme a la declaración de principios adoptado en la UNESCO, resulta esencial para el diálogo intercultural y el interreligioso, constituyéndose en piedra angular de la democracia moderna, en virtud pública y privada, que debe animar el desarrollo de nuestras sociedades democráticas participativas e interculturales. El reto es planetario y la gestión de la diversidad resulta crucial para que no anide la intolerancia y podamos desterrar definitivamente los tiempos cainitas que asolaron a la humanidad y amenazan con su presencia.

Desactivar la Intolerancia


La Intolerancia se extiende y nuestro objetivo ha de ser desacti¬varla. Recordemos, junto a ella los otros dos factores que alimentaron objetivamente el nazismo fueron la normalización de la violencia y el victimismo ultracionalista, y tras ellos llegó el desastre. De ahí la importancia de encararlos. El método que proponemos se fundamenta en una reactiva¬ción ética que conlleve una práctica solidaria de trabajo y lucha, no buscando la confrontación por la confrontación, sino actuando con la convicción democrática y la esperanza de hacer justicia aunque sean escasas las posibilidades de victoria de esta causa y seguir manteniendo la postura señalando el camino de la modificación social hacia unas bases justicieras que hemos de alcanzar. Frente al individualismo egoísta, el consumismo depredador, la sacralización del mercado y el uniformismo cultural-religioso, hay  valores de solidaridad, ecología, participación y pluralismo que hay que defender. Existe una sociedad vulnerada (gitanos, inmi¬grantes, refugiados, gentes de la diversidad) y una sociedad vulnerable (desempleados, marginados, niños, ancianos y mujeres), una sociedad que paga los platos rotos de la crisis de acumulación de capital y de reorga¬nización de los sistemas de poder, que hay que apoyar en el reclamo de justicia social e igualdad de derechos.
En definitiva, resulta imperativo promover una respuesta democrática, cívica y política, legal y sin violencia, pero con profundidad y extensión a todos los ámbitos sociales, frente a los peligros que nos acechan, entre los que el avance de los fundamentalismos no deja de ser un síntoma más del nuevo orden basado en el desorden mundial antidemocrático. Profundamente convencido de la importancia de la memoria y comprometido con la resistencia cívica a la intolerancia para que la barbarie no pueda jamás repetirse, quiero finalmente recordar las palabras de Elie Wiesel, Nobel de la Paz y superviviente del campo de exterminio de Auschwitz, que expresaba:

Estábamos convencidos de que después de Auschwitz, los pueblos no cederían al fanatismo, las naciones no sostendrían más guerras y que el racismo, el antisemitismo y la humillación social serían barridas para siempre. No podíamos imaginar que en el curso de nuestras vidas seríamos testigos de más guerras, de nuevas hostilidades raciales y que el nazismo despertaría en los cinco continentes.

Pero hemos aprendido ciertas lecciones. Hemos aprendido a no ser neutrales en tiempos de crisis, porque la neutralidad siempre ayuda al agresor, no a la víctima. Hemos aprendido que el silencio no es nunca la respuesta. Hemos aprendido que lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia.
¿Y qué es la memoria sino la respuesta a la y contra la indiferencia?
Por lo tanto permítasenos recordar por la seguridad de todos. La memoria puede ser nuestra única respuesta, nuestra única esperanza de salvar al mundo del castigo final.

Y con nuestro recuerdo a las víctimas, nuestro respeto y dolor compartido, nuestra memoria de compromiso. Animémonos a trabajar en solidaridad, a respetar a todos y a vivir en paz, a desterrar la intolerancia de la faz de la tierra y a defender la dignidad y los derechos humanos para todas las personas.

(Para descargar el Cuaderno de Análisis 43 pincha en la imagen del cuaderno)

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