Esteban Ibarra

Movimiento contra la Intolerancia, por los Derechos Humanos

El discurso del odio

La matanza de Arizona ha conmocionado al mundo. El ataque criminal con 6 muertos y 14 heridos, entre ellos la congresista demócrata Gabrielle Giffords –militante contra el racismo y afiliada a la Liga Antidifamación, activa defensora de los derechos humanos frente a la legislación xenófoba en Arizona y de leyes progresistas–, ha puesto en primer plano un debate que ella misma significaba: la relación entre el discurso del odio y la violencia. Señalada en una web de la líder del Tea Party, Sarah Palin, que marcaba 20 mujeres demócratas con una diana como objetivo a abatir (políticamente) por su progresismo, Gifford fue víctima de una matanza indiscriminada. ¿Fue obra de un loco o hay algo más?

Aunque es pronto para saberlo, hay indicios e interpretaciones que se deben considerar. Por la documentación encontrada, Loughner, el criminal de 22 años, parece tener una personalidad racista, antiabortista y filonazi. Algunos tratan de confundir explicando que, junto a Mi lucha, en su domicilio se encontró el Manifiesto Comunista, sin embargo, esto es habitual en una corriente ideológica que se expande, también en Europa, como “nacional bolchevismo”, una de las variantes actuales del neonazismo. No quiere decir nada. Sin embargo, el sheriff demócrata de Tucson señaló que esta decisión criminal estaba tomada con antelación y añadió que el lugar se estaba convirtiendo en la “Meca del odio y la intolerancia”. En esa misma línea explicó el director del FBI la amenaza que supone el “discurso de odio” cuando se producen ataques cometidos por “lobos solitarios”. A Loughner lo defenderá un abogado que llevó el caso de otro “lobo solitario”, Timoty Mac Veight, autor de la matanza de Oklahoma, en la que murieron 168 personas.

No hay por qué descartar la lógica expresada en la web neonazi stormfront.org por Tom Metzger, líder del White Aryan Resistance, que descansa en la idea de resistencia a la democracia y militancia como “lobo solitario”, referencia nazi hacia aquellos que asumen el combate sin manifestaciones, conciertos, reuniones o líderes. Lo explica perfectamente señalando que sólo pueden decir cinco palabras en un interrogatorio: “No tengo nada que decir”. De momento, el asesino de Tucson cumple el guión. Además, los psicópatas del odio necesitan alimento emocional y lo encuentran en la retórica agresiva de la intolerancia con su tríada maligna de odio, discriminación y violencia. Los “lobos” pistoleros, “solitarios” o acompañados, interiorizan los mensajes-fatuas antes de cometer su ejecución. Es el discurso que precede a la acción. En un contexto fanático contra el adversario y con libre acceso a las armas, como le gusta al Club del Rifle. Un discurso que no sólo alimenta el movimiento ultra del Tea Party, ya que en Arizona hay16 grupos de odio, como denuncia el Souther Powerty Law Center (SLPC), desde los xenófobos American Bordel Patriol hasta los nazis del poder blanco de Free American, pasando por el KKK y los Hammerskin, Blood & Honour y Voksfront. Estos ultrapatriotas se benefician de la Constitución norteamericana, que interpreta la libertad de expresión sin límites, salvo la acción directa a la violencia, alientan el prejuicio, practican el insulto, siembran odio e incluso señalan objetivos de “guerra”, como hicieron miembros del Tea Party con Giffords en Take Back The 20. A Loughner le encontraron en su domicilio escritos del movimiento Patriot, ideas de la teoría de la conspiración mundial judía y otros que apuntan a algún vínculo con la American Renaissance, según el Departamento de Seguridad Nacional. Puede que esté loco, pero indudablemente es un asesino alimentado por el odio que decide y selecciona su objetivo.

En Europa las facilidades son menores. Por estos motivos, la Unión Europea aprobó en 2008 la Declaración Marco de Derecho Penal contra el Racismo y la Xenofobia que obliga a todos los países a armonizar su ordenamiento penal para perseguir por estos motivos la “incitación” al odio y la negación del Holocausto, entre otros temas. España todavía tiene pendiente su cumplimiento riguroso y lo ha olvidado en su última reforma del Código Penal. La Convención Europea de Derechos Humanos y el Tratado de la Unión, entre otras normativas, decidieron poner límites a la libertad de expresión para que no se permita transgredir los derechos fundamentales de las personas, algo que ahora parece normalizarse en internet.

La pregunta que debemos hacernos ante esta realidad es si el ius puniendi del Estado ha de actuar contra estas expresiones del discurso del odio. Desde hace tiempo, en nuestro país, el populismo xenófobo encierra el peligro de alimentar la intolerancia y el odio. No debemos olvidar a Lucrecia Pérez, primera víctima del racismo en nuestra historia reciente, y a las decenas de homicidios que siguieron después. El Estado debe procurar la garantía de los valores democráticos que identifican a una sociedad abierta, entre los que se encuentran la tolerancia y los derechos humanos, y no debe permitir la difusión de ideas contrarias a valores como la dignidad, libertad e igualdad que la Constitución garantiza formalizando su penalización conforme a los acuerdos democráticos de las instituciones europeas. Como afirmaba Glucksmam en su perturbador análisis sobre la inquietante presencia del odio en nuestro siglo, aunque creíamos haberlo superado, existe, y lo vemos a pequeña y a gran escala. Hoy el reto es sobrevivir al odio.

Publicado en el diario Público el 14 de enero de 2011

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